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Actualizado: 27 de junio de 2025


No pudo presentarse el Estudiantón a Belarmino con carta de recomendación más eficaz ni credencial más honrosa que aquel mal llamado par de botas, pues en rigor era un cuarto o un octavo de unas botas.

El trazado de la vida de Belarmino era una página escrita con falsilla, y en la cabecera de la página un signo sagrado: la hija de sus entrañas. De raro en raro, abríase un corto paréntesis, en las líneas de la página, que se correspondía con alguna reunión pública del Círculo republicano, en que Belarmino pronunciaba discursos tremendos.

Por detrás del muro verde se oye un chorro de agua. El señor Colignon se sienta al lado de Belarmino y le toma afectuosamente las manos. El francés, sin desasir las manos del amigo, habla, con su acostumbrada profusión. Belarmino escucha, con su mutismo acostumbrado y sonriente.

Quizás media docena de veces. Cuando las recibí y las probé, vi que no me estaban bien. Pero pensé: «¡Si se las devuelvo al pobre Belarmino, creerá que es manía.» Y me las puse, para ensayar si se adaptaban al pie. Imposible. Pues no conforme con esto, y porque me disgustaba devolvértelas, ensayé otros días, no más de seis veces, hasta que, a pesar mío, me convencí que no me sirven.

Que un zapatero se asila en aquel bajo, lo proclaman las dos disformes botas de montar que cuelgan de sendas palomillas; y que el zapatero es persona de fantasía, se desprende con evidencia del rótulo: «El Nenrod boscoso y equitativo. Zapatería bilateral de Belarmino Pinto.» ¿A qué seguir? Ya he concluído mi dibujo. ¿Qué opinas, Lario?

Porque eso es lo principal dijo sonriente el señor Colignon, procurando rebajar el diapasón dramático de la escena a un tono más cuoloquial y tranquilo. Belarmino permanecía baja la testa, de precoz calvicie; un haz de luz venía al soslayo a clavarse en ella, como una espada en la cabeza de un mártir.

Por eso, precisamente, no me sacio de oírle, y deseo que usted nos una especie de abreviado conjunto o resumen de sus ideas. Si yo no le entiendo, usted me entiende, porque es bilingüe, y sabe lo que le pido. ¿Acepta usted? lo que me pide, y no tengo inconveniente en aceptar. Pero necesito una semana de meditación. Cumplida la semana, Belarmino se presentó en el lugar designado.

En aquellas comidas subrepticias y ociosas sobremesas, mi amigo don Guillén me fué contando a retazos su historia, la de Angustias Pinto y la de los padres de ella y él, Belarmino y Apolonio. Después, por mi cuenta, hice averiguaciones tan importantes, que la historia de Caramanzanita y la Pinta pasan a segundo término.

No; ahora Belarmino no cavilaba sobre el problema del conocimiento, sino sobre el problema de la conducta; no le preocupaba lo que debía pensar, sino lo que debía hacer.

Aquel faro de la humanidad prosiguió Belarmino, refiriéndose al mentado Pascual que aborrecía a los jesuítas, como nos dijo Salmerón en su discurso. ¡Mueran los jesuítas! gritó Belarmino, fuera de , puesto en pie . ¡Viva Pascual! ¡Viva Salmerón! clamó, señalando una litografía, color sepia, que colgaba de la pared y representaba al aclamado . ¡Viva la república! señaló otra litografía iluminada, que figuraba una señora gorda, con túnica tricolor, una antorcha en la mano y a los pies un león y unas cadenas rotas . ¡Muera la curia romana! ¡Muera el Tribunal de la Rota!

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