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Actualizado: 27 de junio de 2025
Yo comprendo, yo comprendo, mon pauvre ami; los Padres te han convertido.... El que se rió ahora fué Belarmino, y de la mejor gana: ¿Convertirme? ¡Qué proyectil! Belarmino juntó en un racimo las yemas de la diestra mano, se las llevó al entrecejo y silabeó confidencialmente: ¡El Inteleto! Y luego, cambiando de tono: Algo me he ayudado con un libro de los Padres.... ¿Te lo prestaron?
En el estado actual de la cultura hay generalísimos que son simples rancheros, y, por el contrario, hay miserables rancheros dotados de la chispa genial, hombres frustrados y menospreciados, que hubieran sido generalísimos por propio derecho, de existir la apropiada organización cultural cuartelaria.» Se me figura que, al escribir las líneas anteriores, Escobar pensaba en Belarmino y Apolonio.
Pues no puedo leerlo sin que se me levante dolor de ojos y de cabeza. ¡Dios me perdone! Y cuanta más atención pongo, peor. Pero acaba usted de decirnos que a Belarmino no le perjudica tanta lectura porque es de libros que no entiende. ¡Quién lo dijera! Lo natural parece lo contrario. Pues, ve ahí; tiene usted razón.
Dedúcese que si el diccionario es todo aquello que hemos dicho, diccionario vale tanto como cosmos. Belarmino, en virtud de la reciprocidad de entrambos vocablos, y para evitar confusiones, había fijado a la inversa, para su uso, el empleo y significación de cada uno de ellos, y cuando decía el cosmos, quería decir el diccionario, y cuando decía el diccionario, quería dar a entender el universo.
Belarmino se hundió en una especie de marasmo o abstracción. El Aligator, triunfante, hacía guiños y visajes, preguntando por señas a los otros qué les había parecido la experiencia. De los demás, la mayor parte se retorcían, ahogando la risa; algunos enarcaban las cejas y fruncían el labio, remisos en aceptar el valor probatorio de la anterior experiencia.
Como Belarmino, aunque el Padre Alesón le reputase insensato, era un hombre muy sensato, se dió cuenta del daño irreparable que le amenazaba, y era, elevarse tanto, que un día se extraviase más allá de las nubes y no pudiera volver al comercio y relación con los demás hombres.
Está ahora con los ojos obstinadamente humillados, por no recibir en ellos la imagen del abdomen, rotundo y endemoniadamente evocador, del señor Colignon. Pero, ¡mi Dios! exclama riendo el recién llegado , que ya le será a usté bien difícil olvidar y disimular.... Esta es una sucursal de la Rúa Ruera de otras veces. Belarmino está aquí; Apolonio está aquí; el usurero está aquí; usté está aquí.
Belarmino despertó de su meditación para besar y abrazar a su hija, silenciosamente, con ahinco y ternura, todavía más exagerados que de ordinario. Se le humedecieron los ojos. En la tienda reinaba total tiniebla. ¿Enciendo luz? preguntó el aprendiz pelirrojo. Belarmino tardó en responder; le faltaba la voz. No hace falta. Ahorraremos en luz.
Tenía el rostro enjuto, extático, de infantil dulcedumbre, estrecho en la mandíbula, elevado y espacioso en la frente; los ojos negros, húmedos y llameantes: dos lenguas de fuego flotando en óleo. Era un hombre joven aún. Yo soy el aludido insistió Balmisa. ¿El adulado? preguntó Belarmino, esforzándose en descender hasta la realidad externa. El adulado, no; el aludido rectificó el sastre.
Es lo mismo respondió Belarmino, a punto de evaporarse nuevamente y eximirse de las circunstancias en redor suyo . Aludir es el dicho vulgar, el material tosco. Adular es la forma confeccionada. La alusión es siempre una adulación. ¿Te inclinas al dicho vulgar? Sea. ¿En qué te he aludido? Has hablado de Sastrea. Asumo que es algo tocante a mi profesión de sastre.
Palabra del Dia
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