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Actualizado: 22 de julio de 2025


Un muchacho asturiano, que fué a quien le hicieron la pregunta, respondió que el oficio era descansado y de que no se pagaba alcabala, y que algunos días salía con cinco y con seis reales de ganancia, con que comía y bebía, y triunfaba como cuerpo de rey, libre de buscar amo a quien dar fianzas y seguro de comer a la hora que quisiese, pues a todas lo hallaba en el más mínimo bodegón de toda la ciudad.

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo.

Batiste mugió con la satisfacción cruel que produce el goce de lo prohibido. ¡Qué peso se quitaba de encima!... Podían venir ahora los del tribunal y hacer lo que quisieran. Su campo bebía; esto era lo importante.

Con esto, don Narciso era el comensal obligado en todas las fiestas y gaudeamus de la sociedad elegante de Peñascosa: comía vorazmente, y de ello hacía alarde, bebía al mismo tenor, y cuando llegaban los postres, nunca dejaba de brindar con alguna coplita que resultaba casi siempre sucia.

En cambio les acompañaba el ortopédico, hermano de D.ª Laura, y el hijo de este, llamado Juan José. ¡Ah! El ortopédico era saladisímo para una cena. Hombre de gran formalidad, se trocaba en el más gracioso del mundo en cuanto bebía dos vasos de vino; decía los disparates más chuscos que se podrían imaginar.

Se produjo un momento de silencio mientras los convidados probaban un château Iquem que Maugirón les había recomendado y que parecía obtener los sufragios de todos. Tragomer, que ordinariamente no bebía más que agua, dijo al dueño de la casa: En efecto, tu vinillo es bastante bueno... Oye, ayer encontré á Sorege y me pareció muy serio. ¿Le ha ocurrido alguna desgracia?

El ex-castrense se llamaba Quevedo y era del propio Perchel, feo como un susto, picado de viruelas, de mirada aviesa y con una cara de secuestrador, que daría espanto al infeliz que se la encontrase en mitad de un camino solitario. Bebía aguardiente aquel clérigo como si fuera agua, y su lenguaje era un ceceo con gargarismos.

Catalina la Pequeña, que bebía de esta fuente, no tenía cuatro pies de altura; era pesada, gordinflona, y su rostro siempre lleno de asombro, sus redondos ojuelos y su enorme papera le daban el singular aspecto de una gran pava en meditación.

Era tan flojo de cerebro, que en cuanto bebía dos copas se ponía perdido, y he aquí que al probar el Champagne, el buen tenedor de libros, después de haber dado varias pruebas de no ser dueño de sus ideas, se dirigió a Juan Bou y con lengua solemne aunque torpe, le dijo: «¡Caballero, usted me dará una satisfacción, o me veré obligado a llevar la cuestión a un terreno...!».

Aquella imagen o representación comía y bebía, o mejor dicho, cenaba: era nada menos que la Cena. Cristo y los doce apóstoles de bulto estaban sentados a la mesa; Cristo echaba la bendición, San Juan se dormía sobre el hombro de su Divino Maestro, y el feísimo y traicionero Judas, con enmarañado pelo rojo, metía la mano en el plato del centro, porque es sabido que no tenía pizca de educación.

Palabra del Dia

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