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Actualizado: 10 de julio de 2025
En cuanto a Pilar, ufana con el cambio, olvidaba las miserias pasadas junto a la máquina de coser, las veladas fatigosas, los madrugones constantes, la visita, noche a noche, de registros, a entregar o recibir los pantalones de paño y los chalecos de bayeta.
Examinaba la tropa femenina de las salas de juego, ocupada en mirar con un ojo la bayeta verde, mientras espiaba con el otro á los hombres que circulaban á sus espaldas.
Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos.
Y, por último, en una alcobita que apenas se descubría, por hallarse la pequeña puerta casi tapada del todo por una cortina de bayeta verde, estaba la cama del buen religioso. La alacena de donde éste sacó el vino y que era bastante capaz, servía de bodega, ropero, despensa, caja ó tesoro y biblioteca á la vez. Todo, aunque pobre, parecía muy aseado.
Entonces, toda sofocada, a veces sudando como un río, con el cabello en desorden y las mejillas encarnadas, levantaba la bayeta y permanecía un rato contemplando su obra, los hermosos destellos que la luz producía en el objeto bruñido, con una satisfacción íntima y verdadera, con entusiasmo casi místico.
Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano; y estaba tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carne momia.
El gabinete de lectura, que también servía de biblioteca, era estrecho y no muy largo. En medio había una mesa oblonga cubierta de bayeta verde y rodeada de sillones de terciopelo de Utrecht. La biblioteca consistía en un estante de nogal no grande, empotrado en la pared. Allí estaban representando la sabiduría de la sociedad el Diccionario y la Gramática de la Academia.
Sólo se oyó salir de algún rincón del anchuroso escenario, el melancólico grito que pregonaba: «¡Agua de limón fría, barquillos, agua, azucarillos, agua!». Dos fotógrafos, situados en el lugar oportuno para tomar la vista, enfocaban cubriéndose la cabeza con el paño de bayeta verde, y sus máquinas parecían los ojos de la Historia contemplando la escena.
Subía un repecho y don Fermín veía los bajos irisados de chillona bayeta que mostraba sin miedo Petra, más algo de la muy bordada falda blanca y de una media de seda calada, refinada coquetería que quitaba propiedad al traje y por lo mismo le daba picante atractivo. ¡Qué calor, don Fermín! decía la rubia, enjugando el sudor de la frente con pañuelo de batista barata.
Eran juegos de calzón y camisa de bayeta, cosidas una pieza a otra, y que así, al pronto, parecían personajes de azufre. Los había también encarnados. ¡Oh!, el rojo abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo que tiene la religión de la sangre. Telas rojas, arneses rojos, collarines y frontiles rojos con madroñaje arabesco. Las puertas de las tabernas también de color de sangre.
Palabra del Dia
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