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Actualizado: 10 de julio de 2025


El pescador llevaba, en lugar de su camisa de bayeta colorada, una blanca muy almidonada, y una chaqueta nueva de paño azul basto, con cuyas galas estaba tan embarazado que apenas podía moverse. Don Modesto, que era uno de los testigos, se presentó con toda la pompa de un uniforme viejo y raído a fuerza de cepillazos, el que, habiendo su dueño enflaquecido, le estaba anchísimo.

En realidad, no era gran cosa, pues andaba por el buque ligero de ropa, con el impudor de un hombre que ve mal y se considera más allá de las preocupaciones humanas. Una camisa con el faldón siempre flotante y unos pantalones de sucio algodón ó de bayeta amarilla, según las estaciones, eran su vestimenta.

Cuando el hijo de la duquesita vertía sus primeras lágrimas entre lienzos de Holanda y ricos encajes, hacía sus primeros pucheros el chiquitín de Manuela envuelto en pañales de bayeta amarilla. No habían salido a misa de parida, aún guardaban cama, cuando una noche, casi de madrugada, la duquesita mandó llamar a su doncella, hermana de Manuela.

Encontré a Lituca de la misma traza que cuando la conocí y como la había visto muchas veces mientras vivió en mi casa, de trapillo y trajinando; con un chal de abrigo cruzado en el pecho y anudado atrás, despeinada y con una bayeta en la mano, dale que le das para despolvorear los muebles, y soba que soba para sacarles brillo.

D. Pedro no salía jamás a la calle sin ir acompañado de un su criado o mayordomo, hombre zafio, que vestía el traje del labriego del país, esto es, calzón corto con medias de lana, chaqueta de bayeta verde y ancho sombrero calañés.

Para Moro es tan verdad que la espada vale más que el basto, como que los cuerpos al caer siguen un movimiento uniformemente acelerado. Y allá en el fondo oscuro de la cámara dormita en la misma butaca el glorioso Manín con su calzón corto, chaqueta de bayeta verde y fuertes zapatos claveteados. Tiene el pelo gris, casi blanco. Pero no es esto lo peor para él.

Concha y Amparo recibían una ovación y doña Manuela, roja de orgullo, repartía sonrisas y pesetas a todo el enjambre de diablos negros, voceadores y gesticuladores que se agolpaba bajo el balcón. A espaldas de ellas estaba Andresito Cuadros, que acababa de entrar en el salón con el manteo terciado, una bayeta infame que tiznaba de negro la camisa y la cara.

Pero su vestido, como su carácter, era el de siempre: el mismo gorro catalán, la misma camisa de bayeta verde sobre la de estopa interior, los mismos calzones pardos de ancha campana y amarrados á la cintura con una correa, y los mismos zapatos, sin tacones y sin lustre, sobre el pie desnudo. Consigno este dato, porque á la sazón no era ya este traje el característico del oficio.

En el suelo, sobre un colchón flaco, cubierto de pedazos de bayeta amarilla y de jirones de mantas morellanas, yacía la niña enferma, como de seis años, el rostro lívido, los puños cerrados en la boca. «Lo que tiene esta criatura es hambre dijo Benina, que habiéndola tocado en la frente y manos, la encontró fría como el mármol.

¡Pero si él nunca había visto eso!... ¿Cómo era posible que no hubiese él sabido hasta entonces que había niños pobres que tenían hambre y frío y se morían de miseria y de tristeza en un horrible camaranchón?... ¡Ni mantas quería él ya tener en su cama, mientras hubiese en su reino un solo niño que no tuviera por lo menos tres calzones de bayeta y un vestidito de bombasí!...

Palabra del Dia

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