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Para destruir el delito es absolutamente indispensable destruir los gérmenes. Pero ¿qué culpa tienen esos pobres niños? exclamó cada vez más estupefacto el hombre. ¿Qué culpa tienen esos pobres niños de que su padre sea un bandido? Una sonrisa de lástima contrajo los labios e hizo brillar un momento los ojos mortecinos de Sánchez. ¿Culpa? Esa palabra es un absurdo científico.

¡Bah!... Perro que ladra, no muerde. ¿No muerde?... ¡Lo que soy yo no vuelvo a pasar por allí; y creo que debes cuidarte de ese bandido. Al mismo tiempo que José avisaba que estaba listo el almuerzo de Ricardo, Baldomero llegó y después de saludar a éste, dijo: ¿Ha visto, don Melchor, lo que ha sucedido? Me estaba contando Ricardo. ¿Sabe que me están dando ganas de ir yo?

Don Ramón, impulsado por su locuacidad y su fachenda, no supo lo que se dijo.... Su explicación de lo que era un cheque o libranza al portador entusiasmó al bandido, el cual le mandó al punto con amenazas que allí mismo, y en el acto, por valor de dos mil duros, le escribiese y le firmase un cheque.

Durante esta fuga el bandido volvió repetidas veces su cabeza y el brazo derecho armado con un revólver. Dos balas pasaron silbando cerca de don Carlos.

Y como si con estas palabras hubiese desahogado toda su indignación, añadió mansamente: El caso es que hago mal en insultar a ese bandido. Huye de nosotros, pero él volverá; volverá pronto y seremos felices. Deja que se termine mi pleito con los hijos de mi marido; va a ser de un momento a otro y acabará bien, todos me lo dicen.

Pero ¡mardita sea! dijo el picador . ¡Quítate ese chisme de entre las roíllas! ¿No ves que me está apuntando y que puee ocurrí una desgrasia? La carabina del bandido, ladeada entre sus piernas, dirigía su negro agujero hacia el picador. ¡Cuerga eso, malaje! insistió éste . ¿Es que lo nesesitas pa comé? Bien está así.

En un monte de la provincia de Córdoba, la Guardia civil había encontrado un cadáver descompuesto, con la cabeza desfigurada, casi deshecha por una descarga a boca de jarro. Imposible reconocerle, pero sus ropas, la carabina, todo hacía creer que era el Plumitas. Gallardo escuchaba silencioso. No había visto al bandido después de su cogida, pero guardaba de él un buen recuerdo.

¿Y Plumitas? ¿Se acuerda usté de aquel pobre?... Le mataron. No si lo sabrá usté. También se acordaba doña Sol vagamente de esto. Lo había leído tal vez en los periódicos de París, que hablaron mucho del bandido, como un tipo interesante de la España pintoresca. Un pobre hombre dijo doña Sol con indiferencia . Apenas me acuerdo de él como de un campesino zafio y sin interés.

Junto a la escalera estaba la mula, enjaezada y dispuesta a partir para la viña... Al pasar cerca de ella, sonriose satisfecho Tistet Védène y se detuvo para darle dos o tres golpecitos cariñosos en la grupa, mirando con el rabillo del ojo si el Papa lo observaba. La ocasión era propicia... La mula tomó impulso... ¡Toma, allá te va, bandido! ¡Siete años hacía que te la guardaba!

Debe haber alguna persona del país, bastante cobarde y bastante miserable, para guiar al enemigo a nuestras espaldas y para entregarnos a él atados de pies y manos. ¡Oh, el bandido! exclamó Lorquin con voz colérica ; yo no soy malo, pero si el tal se pone a mi alcance, he de dejarle seco... ¡Arre, Bruno, arre!