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Actualizado: 5 de junio de 2025
Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... Temblaba y balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el Sporting-Club, ante el público elegante de las noches de ópera, manejando miles de francos, con todas las miradas fijas en su persona... Era el coronamiento de una carrera: después de esto, morir.
Dice que no ha visto en su vida a un gentlemán tan guapo y simpático. ¿No es eso, miss Korrayt? Ella agitaba la cabeza afirmativamente, enseñaba su dentadura, parecida al teclado de un piano, y volvía a todos lados los platos de sus ojos. Kotelnikov movía también la cabeza, saludando, y balbuceaba: Hagan el favor de decirle que en las negras hay algo exótico. Y todos estaban tan contentos.
El pobre hombre parecía intranquilo, y en sus dos diálogos con el banderillero balbuceaba con una expresión de espasmo y de duda, no atreviéndose a manifestar su pensamiento. Al unirse con el jinete, le escuchó breves momentos y volvió a desandar su camino, corriendo hacia el cortijo, pero esta vez con más precipitación.
Balbuceaba excusas, pero ella se engañó al notar su insistencia, creyendo que pretendía cerrarle el paso. ¡Capitán, déjeme salir! dijo con voz colérica . Usted no me conoce. Eso es para otras... ¡Atrás, si no quiere que le tenga por un grosero!...
Era hermoso, era joven, me adoraba con sus ojos misteriosos de animal de la selva, y yo, sin embargo, lo encontraba ridículo y me burlaba de él cada vez que balbuceaba en inglés uno de sus cumplimientos orientales... Temblaba de frío, le hacían toser las brumas, movíase como un pájaro bajo la lluvia, agitando sus velos lo mismo que si fuesen alas mojadas... Cuando me hablaba de amor, mirándome con sus ojos húmedos de gacela, me daban ganas de comprarle un gabán y una gorra para que no temblase más.
Delante de la gente balbuceaba preguntas sobre los progresos de los gringos, abriendo los ojos con asombro cuando la joven le hablaba de la grandeza de su amada Columbia University, en la que había pasado sus mejores años. Usted dirigirá una Universidad igual ó parecida, señorita: yo se lo prometo. El gobierno dará los millones que se necesiten para construirla.
En cuanto a la fidelidad de las citas, su conciencia no le dejó defenderse con igual energía. Balbuceaba al formular sus excusas. Bien pudiera ser que hubiese equivocado el nombre de algún autor, que hubiera atribuido a unos lo de otros... Pero el marqués le interrumpió enérgicamente: No; repito que el libro está muy bien. ¡Si lo sabré yo!
Balbuceaba Ojeda sin saber ciertamente lo que decía. Hablaba ahora en castellano, y su súplica incoherente era una especie de música sin palabras, cuya vaguedad producía en él cierta emoción. Di que sí... di que quieres... Sería yo tan dichoso... ¡tanto!... Ella sonrió, agradeciendo tal vez que hablase en su idioma, lo que le evitaba la obligación de entenderle y de ruborizarse.
Se mataban entre ellos, siempre por asuntos de amor, pero el forastero era respetado, con el mismo escrúpulo tradicional que muestra el árabe por el hombre que pide hospitalidad bajo su tienda. El Cantó parecía avergonzado de que el señor mallorquín le hubiese sorprendido junto a su casa, en un terreno que era suyo. Balbuceaba excusas.
Aquí fuéron mis grandes apuros; sudaba como un pollo; balbuceaba palabras interrumpidas, porque no podia hablar, y Dios sabe el esfuerzo que tuve que hacer sobre mi convulsion nerviosa, para no gritar pidiendo auxilio, como si me viera rodeado de asesinos ó de ladrones. ¡Qué sábia ha sido mi mujer! decia yo para mí. ¡Cuándo me veré en donde está ella! Mi mujer no quiso subir, y esperaba abajo.
Palabra del Dia
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