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Actualizado: 18 de mayo de 2025
A las once de la mañana, precisamente en el instante en que esa hora sonaba en la torre de la Colegiata, se sentaban en el estrado de Peleches Rufita González y su madre, las «parientas» de la casa, con todos los útiles de visitar encima: guantes, abanico, sombrilla y tarjetero, y los trapos mejores del baúl.
Nada se ha omitido, y sólo queda para mandar por encomienda el frac de Melchor, que no cupo en el baúl y que «es bueno tener a la mano según lo aconsejó burlescamente su hermana mayor, por si se daba algún baile en el pueblo».
¡No soy tu mamá! gritó la aludida, y luego volvió rápidamente a su dormitorio y cerró violentamente la puerta. Continuando los preparativos, sacó del cuarto ropero un gran baúl y empezó a empaquetar su equipaje con enfadosa y colérica rapidez.
¡Ah! ¿Viene usted de parte de mi tío? ¡Cuánto me alegro!... Pero póngase, por Dios, el sombrero... No esperaba yo esa atención... Pues cuando usted guste... Lo peor es el baúl... no sé cómo lo hemos de llevar... Que se lo traiga un mozo hasta la posada, y de allí podrá marchar en un carro... El carretero es de satisfacción. Perfectamente... Vamos allá.
Dos más... contestó el ama reflexionando. Sí, señora; ¿no llegó dos días antes? ¡Ah! tiene el señor razón... pero es que Monsieur Artegui, los dejó pagados. Lucía, que a la sazón doblaba algunas prendas de ropa para colocarlas en su baúl, volvió repentinamente la cabeza, como ave al reclamo. Sus mejillas estaban encendidas.
Disimuló, no obstante, lo mejor que pudo, y levantándose de la silla subió á casa seguido del mozo y sin decir palabra le llevó hasta la sala y le mostró el baúl, que estaba en medio de ella. Pero cuando el hombre se fué comenzó á resoplar con furia y á dejar salir de su boca palabras amargas.
Lo único que lograba distraerla algunos momentos era el arreglo del baúl del cadete, al cual consagraba tantos y tan prolijos cuidados que nada se echaba de menos en él, desde las prendas más usuales de ropa hasta un pedazo de tafetán de golpes y un paquete de hilas para el caso de herirse. Ricardo evitaba siempre la despedida, escapándose.
Todavía fue algún tiempo a casa de un almacenista amigo y tocó el piano a ratos; no tardó, sin embargo, en observar que se le iba recibiendo cada vez con menos amabilidad, y dejó de ir por allá. Al poco tiempo le echaron de la nueva casa, pero esta vez quedándose con el baúl en prenda.
PELAYO. De otra manera había Un rey que Tello en un tapiz tenía: La cara abigarrara, Y la calza caída en media pierna, Y en la mano una vara, Y un tocado a manera de linterna, Con su corona de oro, Y un barbuquejo, como turco o moro. Yo preguntéle a un paje Quién era aquel señor de tanta fama, Que me admiraba el traje; Y respondióme: "El rey Baúl se llama." SANCHO. ¡Necio! Saúl diría.
¡Vaya con Antoñico!... Se ha dedicao á recoger en su zahurda las palomas que se suertan... ¡Pa que se fíe uno de los amiguitos!... ¿Y quién es el tío para pedir el baúl? ¿Le toca algo con Soledad?... ¿Por qué no lo pide ella?... Y muy desabrido y amenazando cantar algunas claridades á Antoñico, se salió de casa. Era domingo de Carnaval. Las calles rebosaban de gente.
Palabra del Dia
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