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Actualizado: 11 de junio de 2025
Bastaba, pues, a doña Luz, para estar profundamente agradecida a D. Acisclo, la firme persuasión que abrigaba, de que con otro cualquier administrador de por allí, la ruina de su padre hubiera sido diez años más pronto, y ella no se hubiera criado como una dama elegante, en el seno del bienestar, con aya inglesa, y con todos los cuidados debidos.
Amaury se apresuró a estrechar la mano a la morena, diciéndole sonriente: Perdóneme usted, querida Antoñita; ante todo tenía que presentar mis disculpas a la que había asustado mi torpeza: he oído el grito de Magdalena e instintivamente he corrido hacia ella. Y volviéndose hacia el aya, añadió: Señora Braun, tengo el honor de saludarla.
Con alusiones maliciosas, vagas y envueltas en misterios a la condición social de la italiana, daba a entender que la ciencia de educar no esperaba nada bueno de aquel retoño de meridionales concupiscencias. En voz baja decía el aya que «la madre de Anita tal vez antes que modista había sido bailarina».
A cualquiera se le ocurre, por último, la idea de que una mujer sana y joven, de veinticinco o veintiséis años, educada con esmero, debe de tener alguna habilidad, saber algo, disponer de algún medio, industria o recurso para ganarse honradamente la vida. Puede ser aya, maestra o acompañanta de señoritas ricas. Puede enseñar música, francés, inglés, labores de manos y hasta primeras letras.
A la mañana siguiente, no tan temprano como quisiera su impaciencia, se apeó de la berlina cerca de la calle de los Estudios y, en compañía del aya, que ya estaba domesticada y dócil, se dirigió hacia la calle de la Pasión. No necesitó que nadie la indicara el camino, ni tuvo que esforzarse por hacer memoria de dónde estaba la casa que iba buscando.
De todas suertes, doña Camila se rodeó de precauciones pedagógicas y preparó a la infancia de Ana Ozores un verdadero gimnasio de moralidad inglesa. Cuando aquella planta tierna comenzó a asomar a flor de tierra se encontró ya con un rodrigón al lado para que creciese derecha. El aya aseguraba que Anita necesitaba aquel palo seco junto a sí y estar atada a él fuertemente.
Gracias, Elena, por vuestro recuerdo. ¿De modo que no me habéis olvidado? ¿Olvidado, Federico? Vos y Marta sois las únicas criaturas que me habéis amado en la tierra. El joven meneó la cabeza, y dijo precipitadamente: No tenemos tiempo para cambiar palabras dulces. Decidme, Elena, ¿de dónde procede vuestra aya? De Bruselas, Federico. ¿Cuál es su apellido? Se llama Marta, Marta Sweerts. ¿Quién es?
»DON LUIS. La materia es bonissima para principiantes: pues aunque se yerre la traza, y aya descuido en las coplas, no osaran perder el respeto al Santo con gritarla, siendo forzoso tener paciencia hasta el fin. »DOCTOR. ¿Como paciencia? Dios os libre de la furia mosqueteril, entre quiē si no agrada lo que representa, no ay cosa segura, sea divina, ó profana.
Es cierto, Marta dijo en tono más dulce la cocinera . Tenéis que confiarme a la señorita. La condesa os espera en el salón. Las llaves murmuró el aya con espanto . Y con la señorita, ¿qué van a hacer? ¡Ah! va a ser severamente castigada por su imprudencia suspiró Mariana . Sin embargo, la compadezco. ¿La van a maltratar?
Voy a confiaros a mi marido; fiad en él, Marta; llevará su fusil y os defenderá si es necesario a costa de su sangre. Cuando el guardabosque entró en el cuarto, su mujer le dijo: Andrés, es preciso que partas en seguida con el aya. Está encargada de una misión importante, y como es de noche todavía, y los caminos no sean quizá seguros para una mujer, la condesa quiere que la acompañes.
Palabra del Dia
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