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Entre un estrépito de aplausos y vivas a Brull, la negra avalancha se dirigió a la iglesia. Había que hablar con el cura para sacar el santo, y el buen párroco, bondadoso, obeso y un tanto socarrón, se resistía siempre a acceder a lo que él llamaba una tradicional mojiganga.

Don Marcelo sintió un placer monstruoso al considerar el número creciente de enemigos desaparecidos, pero á la vez lamentaba esta avalancha de intrusos que iba á fijarse para siempre en sus tierras. Al anochecer, anonadado por tantas emociones, sufrió el tormento del hambre. Sólo había comido uno de los pedazos de pan encontrados en la cocina por la viuda del conserje.

Juan, no te quejarás de Madrí dijo el Nacional .Te has hecho con el público. Pero Gallardo, como si no le oyese y deseara exteriorizar los pensamientos que le preocupaban, contestó: Me da er corasón que esta tarde va a haber argo. Al llegar a la Cibeles se detuvo el coche. Venía un gran entierro por el Prado, camino de la Castellana, cortando la avalancha de carruajes de la calle de Alcalá.

Con razón el día anterior le había dicho, burlándose, Elena: «¡Mucho ojo, Robledo! La condesa está locamente enamorada de usted, y la creo capaz de raptarleExpresaba la poetisa su entusiasmo con una avalancha de palabras al hacer la presentación del ingeniero. Un héroe; un superhombre del desierto, que allá en las pampas de la Argentina ha matado leones, tigres y elefantes.

Los caseros, apoyando sus manos en las espaldas que tenían delante, se empinaban para ver mejor. De vez en cuando un empujón formidable; una avalancha que amenazaba romper la cuerda. Pero bastaba que se levantase en alto el mimbre alguacilesco ó que se movieran las boinas rojas de la pareja de migueletes guipuzcoanos, para que al momento se iniciase un retroceso, quedando inmóvil el gentío.

Creyó morir desmenuzado, hecho polvo sobre aquel cuerpo que le agarrotaba, absorbiéndole con la fiera voracidad de esas simas lóbregas donde desaparecen de un golpe los torrentes sin dejar una gota de su avalancha tumultuosa. Y desfalleciendo sus sentidos en aquel tembloroso ofuscamiento, cerró los ojos.

Deslizábase esta cortina río abajo y resurgía el Goethe a una niebla menos espesa, que transparentaba los perfiles lejanos como fluidas siluetas. Al poco tiempo, una nueva avalancha cegadora pasaba sobre el buque, y así iba avanzando éste, con rápidos tránsitos, de una obscuridad absoluta a una penumbra vaporosa y láctea.

Prorrumpió en una exclamación que asustó á la portera y enseguida, tomando su partido en un segundo, se lanzó á la escalera, subió los dos pisos, llamó con violencia, y sin preguntar nada al criado, que la conoció y estaba estupefacto, entró como una avalancha en el gabinete de su primo.

Y teniéndolo en alto con sus brazos poderosos, lo besuqueaba, lo apretaba contra la pechuga ingente, mientras el niño se defendía de esta avalancha de caricias y palabras ininteligibles pata él, gritando: «Mama... mama» y golpeando con los pies el abdomen que le servía de ménsula. El marido, inmóvil en su asiento, miraba a Maltrana como implorando disculpa por estas ruidosas expansiones.

Muchos de aquellos hombres habían estado en Jerez muy contadas veces, desconocían las calles y seguían a sus conductores con la docilidad de un rebaño, pensando con inquietud en el modo de salir de allí si les obligaban a escapar. La avalancha negra y muda avanzaba con sordo tropel de pasos que conmovía el piso. Cerrábanse las puertas de las casas, apagábanse las luces en las ventanas.