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La avalancha de gente laboriosa que se dirigía á Valencia llenaba los puentes.

Pasó Gallardo ante el cuarto que ocupaba Garabato, y vio a su criado por la puerta entreabierta, entre maletas y cajas, preparando el traje para la corrida. Al encontrarse solo en su pieza, sintió que se desvanecía instantáneamente la alegre excitación causada por la avalancha de admiradores.

Había aumentado mucho el número de sus guardianes durante la ausencia del dueño. Vió todo un regimiento de infantería acampado en el parque. Miles de hombres se agitaban bajo les árboles preparando su comida en las cocinas rodantes. Los arriates de su jardín, las plantas exóticas, las avenidas cuidadosamente enarenadas y barridas, todo roto y ajado por la avalancha de hombres, bestias y vehículos.

La gloriosa mujer daba chillidos creyéndose herida de muerte, y la muchedumbre, á pesar de su admiración, acabó por reir de ella con alegre irreverencia. Al verse sentada otra vez en su carruaje, libre de aquella avalancha fustigadora, igual á un haz enorme de cañas, el susto que había sufrido se convirtió en orgullosa cólera.

Experimentó de pronto una gran confianza, semejante á la que le inspiraban los gerentes de Banco de buena presencia. A este señor se le podían confiar los intereses, sin miedo á que hiciese locuras. La avalancha de entusiasmo y emociones acabó por arrastrar á Desnoyers. Como todos los que le rodeaban, vivió minutos que eran horas y horas que parecían años.

La procesión estaba ya en su última parte. Desfilaban los invitados, una avalancha de cabezas calvas o peinadas con exceso de cosmético, una corriente incesante de pecheras combadas y brillantes como corazas, de negros fracs, de condecoraciones anónimas y de un brillo escandaloso, de uniformes de todos los colores y hechuras, desde la casaca y el espadín de nácar del siglo pasado hasta el traje de gala de los oficiales de marina.

Se han abierto camino a fuerza de perseverancia, desplegando ese valor solitario contra los elementos, que es el timbre más alto del hombre, evitando los ventisqueros, guareciéndose tras una roca contra la avalancha que cae rugiendo, pasando a veces la noche bajo una mortaja de nieve.

Como si la primera pronunciada por el buen cura de Algeciras fuera señal convenida, desatose una tempestad de risas y demostraciones, y cuanto más el orador alzaba la voz, más la ahogaban entre su murmullo los de arriba. Repetir el sinnúmero de dichos, agudezas y apodos que salieron como avalancha de la tribuna pública, fuera imposible.

En los primeros días, acudí a mi secretario, Martín García Mérou, el más distinguido de los poetas argentinos de su edad y cuya fácil espontaneidad es bien conocida entre nosotros, pidiéndole que supliera mi inhabilidad absoluta en la métrica, haciendo frente a aquella avalancha. Lo intentó; tomó sus rimas obligadas, e inclinó la frente sobre el dorso del menú.

La acción de sus piezas dramáticas se parece á una avalancha, que crece siempre en extensión, y se precipita con celeridad siempre mayor por las vertientes de las montañas, hasta que alcanza retumbando lo más profundo; su desarrollo se hace siempre adelantando con paso seguro, y cada vez más rápido, no deteniéndose hasta que llega á su término final, y arrastrando con su poderosa fuerza cuantos obstáculos se oponen á su precipitada marcha.