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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Mary seguía siendo para él una mujer de carácter original, en la que siempre quedaba algo por conquistar, abordable a ciertas horas y repelente y austera el resto del día. Era su amante, y sin embargo no podía permitirse un descuido, una libertad que revelase la confianza de la vida común. La más leve alusión a sus intimidades la hacía enrojecer de protesta: «¡Shocking!...»
Apenas salía de casa; un rato al casino por las tardes, y el resto del día en el comedor con ella y los amigos, o encerrado en su cuarto, a vueltas sin duda con sus libros, que la austera señora miraba con el respeto supersticioso de su ignorancia.
Doña Inés pensó, sin duda, en el rato de gusto que iba a tener contribuyendo a chasquear a don Alvaro, que acudiría muy ufano a la cita y se encontraría en ella a su austera consorte. En efecto, si el lance pasaba así, más que tragedia sería sainete. Doña Inés perdió el miedo y sintió la irresistible tentación de ver el sainete y aun de hacer en él uno de los principales papeles.
Le vigilaba, y todos los días poco antes del amanecer, escuchaba cómo abría suavemente la puerta de la calle y subía las escaleras quedamente, tal vez descalzo. La austera señora callaba amontonando en silencio su indignación, lamentándose ante don Andrés de aquel retoñamiento de locura que trastornaba sus planes.
Aquel nuevo género de vida daba al espíritu de María Antonia grata paz y regalo; pero la austera crueldad con que trataba ella su cuerpo, los ayunos, las largas vigilias, el cilicio con que maceraba su carne, y acaso la dura disciplina con que se atormentaba en su más secreto retiro, quebrantaron tanto su salud, que cayó gravemente enferma, y estuvo, durante tres meses, postrada en el lecho y a punto de exhalar el último suspiro.
Especie de Evangelio popular, que conteniendo todos los principios del decálogo democrático, encierra en sí el ideal de todos los tiempos unido á las aspiraciones generosas de la época moderna, sus páginas han sido por mucho tiempo el encanto del jóven, el alimento del libre pensador y el consuelo del aflijido, á la vez que han impregnado con el perfume de una poesía austera el corazon de los hombres capaces de apasionarse por todo lo que es bello y bueno.
Dominándose al cabo el Comendador, contestó á su sobrina: Mal puedo acordarme y mal puedo haber olvidado á esta señorita, á quien nunca he visto. Á quien sí he conocido y tratado mucho es á su señor padre; y también, á pesar de la vida retirada y austera que siempre ha hecho, tuve el gusto de tratar y ser amigo de mi señora Doña Blanca Roldán. ¿Cómo está su señora madre de V., señorita?
Lucía, pues, austera, virtuosa y sin ningún pensamiento feo, y sin ninguna imagen impura que enturbiase el claro espejo de su conciencia, reflejándose en él, no pudo menos de saber al cabo y supo del mal, y fue conociendo poco a poco todo cuanto de este mal en mí había.
Los italianos, reñidos ya con la austera grandiosidad de Palladio, comenzaban á disgustarse de la desnudez de los miembros arquitectónicos: revestían de follages, festones, lazos y entallos los frisos y entrepaños, los frontones, los dados, si bien conservaban puras las líneas y los perfiles.
Soy extremada en todo, toda del mundo, y en la soledad, acaso demasiada austera; los objetos presentes agítanse con violencia sobre mis sentidos; en fin, yo sufro. Ofrezco todas mis penas a Dios, rezo muy poco y leo mucho; estoy excesivamente impresionada por la brevedad de la vida y la necesidad de prepararme para la eternidad.
Palabra del Dia
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