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Volvió a cavilar en silencio, que D. Acisclo no se atrevió a interrumpir, y volvió a reírse un si es no es descompuestamente. Como doña Luz era la compostura personificada, D. Acisclo se aturdió con tan insólita risa. Hubo un instante en que cruzó por el pensamiento de D. Acisclo que doña Luz se reía sin duda de que su padre le recomendase que le tomara a él por administrador.

Pero lo hizo tal mal, esto es, comenzó a contradecirse de un modo tan lamentable, que las señoras se lo hicieron notar en seguida. Se aturdió y se hizo un lío, del cual no hubiera podido salir sin un capote que muy a tiempo le echó su amigo y maestro.

Ahora, que estoy marcada y esclavizada, me abandona, y me vende, y me asesina. ¡Feliz principio quiere dar a sus misiones, predicaciones y triunfos evangélicos! ¡No será! ¡Vive Dios que no será! Este arranque de ira y de amoroso despecho aturdió al padre vicario. Pepita se había puesto de pie. Su ademán, su gesto tenían una animación trágica.

«El Tatita» se dijo . Sólo puede ser él. Su camarada agitó los brazos desesperadamente, lanzó un alarido, y á continuación desapareció, como si tirase de él una fuerza irresistible. Más que el hecho en , aturdió y desconcertó á Morales la posibilidad de que pudiese ocurrir. Todas las creencias de su vida temblaron, próximas á derrumbarse. Era para perder la fe.

A saber, a saber... Pero en fin, usted confiesa que es el único sujeto a quien de veras quiere, el único por quien de veras siente apetito de amores y esa cosa, esa tontería que ustedes las mujeres... El único. Y a los demás que los parta un rayo. A los demás, nada. ¿Y a mi hermano?... esta es la cosa. Lo brusco de la pregunta aturdió a la penitente.

Y soltó una atrocidad, una indecencia que aturdió por completo al fondista e hizo enrojecer a la marquesa detrás de la puerta, con ese santo rubor que realza tantas veces a los fuertes y castos ángeles de la caridad que sirven en los hospitales, sin asustarles por eso, ni hacerles huir de la cabecera de ciertos enfermos.

Y por mi gusto cada día estrenarías trajes mejores y más lujosos. Juanita se aturdió un poco con esta no esperada salida del señor don Andrés. Casi receló que él tenía razón y que ella se había conducido irreflexiva y arrebatadamente. Al fin habló así: Yo no voy a sostener ahora que he procedido contra vuecencia con motivo bastante. Lo que digo es que estaba, y aún estoy, fuera de .

Fué aquél un golpe rudo para Maldonado. Considérese que estaba delante de Esperancita y de otra porción de señoras y señoritas. Tan rudo fué que le aturdió como si le hubiesen dado en la frente con una maza. Se puso lívido, sus labios temblaron antes de poder articular una palabra.

La condesa no se aturdió tampoco; con la exquisita distinción de la gran señora de raza, que tan en alto grado poseía, y el aplomo de la mujer de mundo que encuentra reparos para todos los apuros, y salida para todos los laberintos, y palabras para todas las situaciones, expuso a la dama anónima el objeto de su visita.

El barrio de San Sulpicio, con sus calles tranquilas y silenciosas a la española y sus beatas de velo negro que pasan rozando los muros del Seminario, atraídas por el toque de las campanas, fue para el seminarista español lo que el camino de Damasco para el apóstol. El catolicismo francés, culto, razonador y respetuoso con los progresos humanos, aturdió a Gabriel.