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Se decía que había disparado sobre un criado sólo porque le había abierto una carta, y que en varias ocasiones había cogido a los niños que se atrevían a hacerle muecas en la calle, los metía en la cuadra, los desnudaba y los azotaba cruelmente con las correas del freno de su caballo.

Ninguna dama ni caballero, se atrevian ya á permanecer solos á su lado. Sus ensangrentados ojos, su descarnada cara, su descompuesto cabello, todo inspiraba horror.

Algunos amigos verdaderos, o por lo menos partidarios declarados del Magistral, paseaban por el Espolón; pero no se atrevían a acercarse al ilustre Vicario general; llevaba cara de pocos amigos, a pesar de su sonrisita dulce, clavada allí desde que se veía en la calle.

Los indianos deseaban más la nobleza y se atrevían más, confiaban en el prestigio de su dinero. Se buscaría por consiguiente un americano. Lo primero era que la chica sanase y engordase. Ana comprendió su obligación inmediata; sanar pronto. La convalecencia iba siendo impertinente. Toda su voluntad la empleó en procurar cuanto antes la salud.

Algunas personas mayores contemplaban este regocijo con ojos lastimeros. «Ciega inocencia, desconocedora del peligro... ¡Siempre que aquella marejada no fuese en aumento!...» Muchos pasajeros no se atrevían a moverse de sus sillones y permanecían con la frente en una mano, pálidos, los ojos cerrados, cual si les hubiese acometido de pronto el sueño.

A prima noche, Quevedito y el otro médico hablaron á Torquemada en términos desconsoladores. Tenían poca ó ninguna esperanza, aunque no se atrevían á decir en absoluto que la habían perdido, y dejaban abierta la puerta á las reparaciones de la naturaleza y á la misericordia de Dios. Noche horrible fué aquélla. El pobre Valentín se abrasaba en invisible fuego.

No tienen Vds. un prisionero nuestro que valga tanto como Vd. Así, pues, debe Vd. resignarse y seguirnos. 30 Se pusieron en camino, pero no se atrevían a seguir el camino frecuentado. Tenían que marchar uno a uno por sendas extraviadas. D. Pedro iba en el centro, junto a Aliatar, y los dos caballeros hablaban amigablemente.

Al pasear por Barcelona, miró con ojos provocativos á cuantos transeúntes le parecieron alemanes. Se unió á la acometividad de su carácter una indignación de propietario que se ve atropellado dentro de su casa. Los tres tiros eran para él, y él era un español y los boches se atrevían á atacarlo en su propia tierra. ¡Qué audacia!...

Piedra va, piedra viene, empezaron las abolladuras de nariz, las hinchazones de carrillos y los chichones como puños. Mientras mayor era el estrago, mayor el denuedo: «¡Leña!, ¡atiza!, ¡dale!». ¡Qué ardientes gritos de guerra! Ni las moscas se atrevían a pasar por el espacio en que se cruzaban las voladoras piedras.

Luego reconocieron lentamente la necesidad del abandono, aceptando su suerte con resignación. ¿Pero caer en manos de los adversarios? ¿Quedar á merced del búlgaro ó el turco, enemigos de largos siglos?... Los ojos completaron lo que las bocas no se atrevían á proferir. Ser servio equivale á una maldición cuando se cae prisionero.