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»En Madrid permanecí de Julio de 1876 a Diciembre de 1882. El tiempo que estuve en la corte lo dediqué exclusivamente a mis trabajos de abogado y a la práctica de la caridad, como socio de San Vicente de Paúl y Asociación de Católicos. Fui también socio del Ateneo y de la Juventud Católica. Esta última sociedad me honró con el cargo de presidente de la sección de Derecho.

Eran señores de la costa que, retirados de la navegación, confiaban sus buques á capitanes que habían sido sus pilotos; burgueses que no abandonaban la corbata y la gorra de seda, símbolos de su alta posición en el pueblo natal. El lugar de tertulia de los ricos era el Ateneo, sociedad que, á pesar de su título, no ofrecía otras lecturas que dos periódicos en catalán.

Leía por las tardes en el Ateneo las revistas extranjeras, para estar «al día» en los adelantos del pensamiento universal y reventar a ciertos camaradas ignorantes que, por haber publicado algunos versos en los periódicos, pretendían deslumbrar al pobre «inédito». Además, seguía adquiriendo libros, a pesar de su pobreza. No podía librarse de este hábito de sus tiempos de abundancia.

La Huerta con sus flores te engalana, y hay algo en tu belleza valenciana que encanta, y estremece, y enamora. Pareces de un sultán la favorita, y toda tu persona clama y grita que corre por tus venas sangre mora. Hijo de catalanes, nació en Valladolid , y muy niño le llevaron sus padres a Filipinas, donde ha morado alrededor de treinta años. Cursó el bachillerato en el Ateneo municipal de Manila.

No muchos días después de haber llegado a Madrid con el fin de seguir la carrera de leyes, fui invitado por uno de mis condiscípulos para entrar en cierta Academia o Ateneo escolar, donde algunos jóvenes estudiosos se adiestraban en el arte de la elocuencia.

Vestía levita negra, larga, amplia, flotante y no muy limpia. Más que levita parecía una basquiña. Sobre la cabeza grande y despeinada llevaba un sombrero de copa bastante viejo y también despeinado que no la tapaba sino a medias. ¡Viva mil años el ilustre Pareja exclamó Núñez , el sabio enciclopédico, que es honra del Ateneo y gloria de su patria!

Aunque algunos inteligentes sonreían escuchándole, no dejó de ser considerado, al cabo, como joven instruido y «de esperanzasUna tarde, Brutandor llamó aparte a Miguel, y llevándole a uno de los rincones del Ateneo, le propuso fundar entre los dos un periódico. Para ello contaba con una persona que facilitaba el dinero, y con la protección del general conde de Ríos, que sería su inspirador.

¡Oh! basta... ¡Pues no vuelve á empezar! ¡Esta chiflado! ¡Al ateneo! ¡Hacedle tragar la servilleta! Todas estas interrupciones surgían de un coro de carcajadas, mientras, el convidado á quien se había dirigido Maugirón permanecía silencioso é impasible. Era el tal un hombre como de treinta años, alto, fornido, de cabeza cuadrada, color tostado, negros y rizosos cabellos y magníficos ojos azules.

Viene después la familia de los legendarios, que estaba a punto de desaparecer de la fauna, y que merced a ciertos trabajos misteriosos de la naturaleza poderosamente secundada por la sección de literatura del Ateneo de Madrid, ha vuelto a cobrar vida en estos últimos años. Los legendarios aborrecen la edad moderna y desprecian la antigua.

Como si la maternidad aguzase su razón, la muchacha preguntábase si Isidro era tan grande como ella le había creído, si no faltaba algo esencial en aquel hombre sin voluntad para el trabajo, indeciso e inquieto, que en plena amenaza de miseria pasaba gran parte del día olvidado de su situación, charlando en el Ateneo y en los cafés del porvenir de la juventud, de la decadencia de «los viejos», de lo que debía ser el arte, anunciando a voces que pensaba escribir grandes cosas, pero sin fuerzas para coger la pluma, sin constancia para la labor.