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En vano me hicísteis observar perspectivas tan grandiosas como pintorescas: en vano llamásteis mi atencion sobre los templos que erigió la de otras generaciones: preocupado por los grandes problemas de la ciencia, no atendia mas que al estudio de los hombres con el objeto de reconocer por ellos la existencia y la naturaleza de esa causa de las causas, de esa incógnita que será tal vez un misterio eterno para la inteligencia humana.

Roque, que atendía más a pensar en el suceso de la hermosa Claudia que en las razones de amo y mozo, no las entendió; y, mandando a sus escuderos que volviesen a Sancho todo cuanto le habían quitado del rucio, mandándoles asimesmo que se retirasen a la parte donde aquella noche habían estado alojados, y luego se partió con Claudia a toda priesa a buscar al herido, o muerto, don Vicente.

Mi tía no estaba quieta un solo instante; salía y entraba a la sala en que se congregaban sus correligionarios, atendía a una que otra visita íntima del barrio en las habitaciones interiores, y volvía de nuevo por un instante a seguir el hilo de los debates y peroraciones que tenían lugar.

Las Aliaga la escucharon con aquella misma atención recogida que Adriana había observado ya en ocasiones pasadas. Laura, sin embargo, atendía con menos avidez que las otras, como si algo en su interior atrajera con tenaz persistencia la preocupación más cara de su ser.

Doña Manuela atendía con interés las palabras de los compradores y no volvió la cabeza para ver quién abría la puertecilla de la garita a la que pomposamente llamaban despacho y saltaba velozmente el mostrador. Siéntese usted, mamá.

Mientras tanto, el espada atendía a todas las necesidades de la familia, y al fin acabó rogando a él y a su hermana que se instalasen en la casa. Así, la pobre Carmen se aburriría menos; no estaría tan sola. Un día, el Nacional recibió un aviso de la esposa de su matador para que fuese a verla. La misma mujer del banderillero le dio el recado. La he visto esta mañana. Venía de San Gil.

Ya no más...». Sin quitarse el mantón, había cogido al chiquillo, disponiéndose a aplacar su gran necesidad. Se sentó en la cama, para dejar a Guillermina la única silla que en la alcoba había. La santa no atendía más que al pequeñuelo, observando si la ansiedad con que mamaba iba acompañada de satisfacción: «Me temo que con esos arrebatos se quede usted sin leche».

Como a todo atendía Nina, y ninguna necesidad de las personas sometidas a su cuidado se le olvidaba, creyó conveniente avisar a las señoras de la Costanilla de San Andrés, que de seguro habrían extrañado la ausencia de su dependiente.

Inútilmente el Cigarrero brincaba con heroísmo delante de los cuernos, metiéndole el trapo por los ojos; inútilmente Lagartijo y el Gordo le echaban también los capotes, exponiéndose a morir; el toro, como si tuviese algún agravio del infortunado Baldomero, no atendía a nada, y lo recogió otra vez y otra vez lo tiró al aire.

Como se ve, los que querían empaparse bien de las lecturas y estar con desahogo abonaban una cantidad mensual, la cual era de ocho reales, con los que Tolva atendía al pago de las suscripciones, que llegaron á ser bastante numerosas.