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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Cuando se acordaba de que existían prestamistas, es que iba a pedir lo que quizá en aquel momento no tenía... Sus pérdidas recientes en la Bolsa y su visita, sin resultado, porque no le encontró. Don Raimundo ataba estos cabos. Jacintito miró el reloj y dijo que se marchaba a la Bolsa. ¡Aquel era el gran día!

Cada cual buscaba el entretenimiento más en armonía con sus gustos e inclinaciones. Había un capitán negrero inglés que, según nos contó él mismo, cuando los negros se le sublevaban los ataba a la boca de los cañones y disparaba. Este capitán, cuando le cazaron, iba recogiendo negros, metiéndolos en barricas y echándolos al agua.

En cuanto a Juan, hacía lo posible por soportar valerosamente su sufrimiento moral, para que nadie lo sospechase; ¿no debía, acaso, acostumbrarse a la idea de ver a otro al lado de la que amaba? Para escapar a su suplicio, no tenía siquiera el derecho de huir: todo lo ataba a aquella casa, en aquel momento en que dos sombras amenazadoras se cernían sobre ella: la ruina y la muerte.

María sintió miedo y tristeza. Se acordó de sus pecados y pensó con horror que podía morir de repente y condenarse. Entonces hizo solemne promesa interior de enmendarse. Pero ¿cómo? Para cambiar de vida era preciso romper el lazo que más la ataba a la tierra y al pecado. Acometiole una turbación profunda, preñada de lágrimas, que no pudo verter.

Inmediatamente después separó las manos sin que opusiera resistencia la cinta que las ataba, y cerrando ambos puños se frotó con ellos los ojos, como es costumbre en los niños al despertarse. Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzo alguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á la vista, no podía oírse.

Me puse al cinto la pistola, dije adiós a mi casita, y a mis libros, mis buenos amigos, mis cariñosos compañeros, y me dirigí a la calle. Mientras el mozo arreglaba la silla y ataba a la grupa la manga y el joronguillo, salió mi tía Pepa, y tras ella señora Juana. Vamos, hijo mío, ¿no me dices adiós? ¿Te olvidas de ? ¡No, señora, cómo! ¿Cuándo vendrás? No . Acaso dentro de ocho o quince días.

Adriana se acercó a la mesa y escribió su nombre al pie del acta, con la naturalidad de quien pone su firma al terminar una carta. Muñoz, en cambio, tomó la pluma temblando, y no pudo ocultar su emoción en aquel instante que ataba para siempre a la suya la misteriosa existencia de Adriana. Ella, terminada la ceremonia, llenó de licor varias copitas y sirvió ante todo a los empleados del Registro.

Contábase en Madrid que el duque traía un aro de hierro con una argolla al brazo en señal de esclavitud, y que la Amparo le ataba con cadena cuando bien le placa. Algunos amigos, para cerciorarse, le habían apretado el brazo burlando y certificaban que era cierto.

Por aquí pasó.... ¡Qué preciosidad! No he visto cosa más mona en la vida.... A ver cuándo el señor duque le compra otra pareja así dijo Petra mirando con el rabillo del ojo al banquero, mientras ataba las cintas de la bata a su ama. ¡Ps! exclamó ésta alzando los hombros con desdén . No me ha dado nunca por guiar. Es oficio de los cocheros.

Todos tenemos un conjunto de mentiras que nos sirven para abrigarnos de la frialdad y de la tristeza de la vida; pero Yurrumendi exageraba un poco el abrigo. Era Yurrumendi un hombre enorme, con la espalda ancha, el abdomen abultado, las manos grandísimas, siempre metidas en los bolsillos de los pantalones, y los pantalones, a punto de caérsele, tan bajo se los ataba.

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