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AZUCENA. Pocos días después tuve ocasión de conseguirlo. Yo no hacía otra cosa que rodear la casa del Conde que había sido causa de la muerte de aquella desgraciada... un día logré introducirme en ella y le arrebaté al niño, y dos minutos después ya estaba yo en este sitio, donde tenía preparada la hoguera. MANRIQUE. ¿Y tuvisteis valor? MANRIQUE. ¿Y en fin?

La doncella suspiró, quedóse pensativa largo rato, bajó los ojos abatida y triste, y sin mirarme dijo con inmensa ternura: ¡Así te quiero! Y siguió sin decir palabra, separando flores y cortando tallos. Le arrebaté las tijeras y el ovillo. Habla, Angelina.... ¡Quiera Dios, replicó que mi historia no sea para causa de pena! En seguida agregó, variando de tono.

Voy á confesarle aún otra cosa, pero con mucho misterio, bajo secreto de confesión. Hay en el fondo de mi desgracia un pensamiento tan consolador, que casi no me atrevo á decírselo de miedo que usted me lo arrebate: es una luz suave que esclarece un poco las tinieblas en que yace mi espíritu acongojado. Usted no ama á su marido. No me arranque usted por Dios esta última ilusión.

¡Maldita, ! ronca, dijo: ¡Maldita, la que maldijo! ¡Un amor que muerte augura colmando mi desventura, mi vida, mi amor, mi hijo, arrebate á mi ternura! ¡Qué dices, madre! De aquí partamos sin más tardar. ¡No temas, espera en ! ¡Tanta gloria he de alcanzar, que mi Leila me ha de dar Ben Jucef-el-Meriní! ¿Por qué, , te desesperas?

Apenas hay doctrina flamante, buena o mala, ni filosofía, ni sistema político, social o religioso, ni corriente que arrebate y lleve por nuevo camino las creaciones de la literatura y del arte que no nazca en Francia o que desde Francia no sea difundida y divulgada por todo el mundo.

Nada de la altivez satánica del orgulloso; nada de hipocresía, un inexprimable candor se retrata en su semblante; su fisonomía se dilata agradablemente; su mirada es afable, es dulce, sus modales atentos; su conducta complaciente; el desgraciado está en actitud de suplicante, teme que una imprudencia no le arrebate su dicha suprema.

Oye, oye: yo he visto crecer una mujer, crecer desde la cuna; la arrebaté de los brazos de su infame padre. ¡Mi padre! exclamó Dorotea. El padre de aquella niña era un monstruo: la llevaba consigo para abandonarla; aquella niña sin hubiera ido al hospicio... ¡Ah!

Deja que te retrate mis ensueños de gloria, deja que su recuerdo me arrebate. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mira: tanto llegué á quererla un dia, tan loco y ciego estaba, que donde quiera que su pié ponia, su dulce huella con afan besaba.

Y hasta creen que las aves Dicen al tomar su vuelo: «Cantando me he de ir al cielo; «Cantando me han de enterrar!» Y te ven junto al fogon, Sin que nada te arrebate, Saboreando amargo mate Veinte y cuatro horas payar.

¿Dónde esperar la muerte sin que me acosen con sus voces?... ¿En qué oscura cueva de lobo o de león iré a esconderme?... ¡No hallo paz en la vidaFui pastor de lobos y ahora mis ganados me comen ¡Engendré monstruos y estoy maldito! ¿Por qué de aquel vientre de mujer santa salieron demonios en vez de ángeles con alas? ¡Estaba maldito el sembrador! ¡Estaba maldita la simiente! ¡Muerte, no tardes! ¡Sácame de este pozo de sierpes y dame a tus gusanos!... ¡Que me coman tus hijos, pero no los míos! ¡Muerte, no tardes! ¡Dios, si por mis pecados no me quieres, deja que me arrebate Satanás!