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Actualizado: 2 de mayo de 2025
¡Cómo! exclamó Genoveva. ¿Qué diría la de Sermet? Sí, comprendo, hija mía, pero no se trata de Magdalena... ¿Por qué no he de hacer yo lo que no puede hacer ella? Yo tengo ya la edad de la razón. ¡Oh! señora exclamé con ardor arrojándome en sus brazos. ¡Qué buena es usted!...
Los jóvenes se apresuraron a ayudarlas; pero lo hicieron con tal ardor que no lograban más que asustarlas y ponerlas nerviosas. Hubo en tan memorable ocasión un verdadero derroche de rubor, de gritos, de risas maliciosas y de frases más o menos felices. Gustavo Núñez, en su calidad de escudero de la señora de Reynoso, hizo lo posible por llenar a conciencia su cometido.
Lázaro tuvo esta pasión: sintió en sí el ardor del patriotismo, creyóse llamado á ser apóstol de las nuevas ideas, y con ardiente fe y noble sentimiento las abrazó. ¿Pero existen estas resoluciones inquebrantables sin mezcla de egoísmo? Egoísmo sublime, pero egoísmo al fin. Lázaro tenía ambición. ¿Pero qué clase de ambición?
Apenas entraron en él los ingleses, un grito resonó unánime, proferido por nuestros marinos: «¡A las bombas!» Todos los que podíamos acudimos a ellas y trabajamos con ardor; pero aquellas máquinas imperfectas desalojaban una cantidad de agua bastante menor que la que entraba. De repente un grito, aún más terrible que el anterior, nos llenó de espanto.
Enardecidas las tropas de esta bárbara resolucion, los atacaron con el mayor ardor, y ellos fueron cediendo hasta la cresta del monte, donde considerando ya era imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despeñarse, precipitándose desde una altura de mas de 200 varas, para hacerse pedazos antes que rendirse, y los restantes buscaron por asilo los cóncavos de las peñas, desde donde hacian los últimos esfuerzos para la defensa, sin hacer el menor aprecio de las repetidas voces que les gritaban nuestros soldados, ofreciéndoles de nuevo el perdon, compadecidos de la situacion en que se hallaban.
A su vuelta, consagrose a su biblioteca con ardor, y desde entonces hubo un lazo más entre ellos, el del discípulo con el maestro, porque el señor de Lerne, que era instruido y letrado, era para la joven un guía y un comentador, del mismo género.
Mas el sosiego de éste era aparente, y sólo para vengarse del de don Segis. En realidad, su herida manaba sangre todavía. Así, que no tardó en realizarse la conciliación, poniéndose ambos con inusitado ardor a quitar el pellejo a todos y a cada uno de los que escribían en el «papelucho de don Rosendo», principiando por éste, su ilustre fundador, y concluyendo por el dueño de la imprenta.
El rapsoda, compañero de los héroes, pulsaba su lira antes de comenzar la batalla, para inflamar el ardor de los combatientes, recordando antiguas proezas ó cantando las hazañas de sus contemporáneos.
Me comprometía siempre á acompañarle, y hallaba placer en mi cariño, en el ardor impaciente de mi edad, y para decirlo todo, en una fácil obediencia y en la cobardía de mi corazón.
María, temblando con la fiebre y con la agitación, se colocó en el asiento que Pepe Vera le había reservado. El ruido, el calor y la confusión aumentaron la desazón que sentía María. Sus mejillas siempre pálidas, estaban encendidas; un ardor febril animaba sus negros ojos.
Palabra del Dia
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