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Por fin, gracias a los esfuerzos de la cuadrilla, pudo trastearle, y lo hizo bastante ceñido, dándole algunos pases buenos; el público aplaudió y se las prometió muy felices.

Magnífica estatua... original pensamiento... oye: «La Aurora suplica a Diana que apresure el curso de la noche...». Ana aplaudió y atravesó el umbral. Don Víctor entró detrás diciéndose a mismo en voz alta: ¡Hija mía! Es otra.... Ese Benítez me la ha salvado.... Es otra.... ¡Hija de mi alma! Cenaron en la vajilla de los marqueses. Los dos tenían muy buen apetito.

Se hacía una descripción, bastante cómica por cierto, de estas anomalías y se le invitaba a él, gran anatómico, gran paleontólogo, gran embriólogo, para que viniese a examinarlo y emitir su opinión. No bien hubo leído la carta el ingenioso Sánchez, cuando comunicó a la familia su propósito de trasladarse aquella misma tarde a Carabanchel. Se aplaudió su decisión: se le facilitaron los medios.

El Gran Capitán comprendió y aplaudió el orgullo de su parienta; pero su mismo aplauso hizo brotar en su alma otro orgullo muy parecido. Gonzalo Fernández de Córdoba no supo contenerse, y dijo a doña Beatriz: Yo admiro la perspicacia de vidente y la fe profunda y la esperanza certera con que amaste y detuviste al inspirado piloto. Pero perdona mi vanidad.

Un caballero aplaudió y despues siguieron todos los de las butacas. Serpolette, sin dejar su actitud de buena moza, miró al que primero la aplaudió y le pagó con una sonrisa enseñando unos diminutos dientes que parecían collarcito de perlas en un estuche de terciopelo rojo. Tadeo siguió la mirada y vió á un caballero, con unos bigotes postizos y una nariz muy larga.

Finalmente, en esto, como en todo lo demás, se reconocía el gusto y la esplendidez de Rivera. Su aparición causó mágico efecto en el auditorio y fue saludado con una salva de aplausos. También a la intendenta se la aplaudió al salir.

Hermosa dama, la vida no carecerá jamás de poesía para los que tengan la dicha de ver a usted. Este cumplimiento fue disparado con una tal ampulosidad de galantería burguesa, que toda la asamblea aplaudió. El señor Domet se ruborizó hasta el blanco de los ojos y miró las puntas de sus zapatos. Pero la señora Chermidy le llamó de nuevo a la cuestión.

Ni Lázaro persuadió al público, ni este aplaudió al orador. Un público no persuadido y un orador no aplaudido se rechazan, se repelen con energía. "Es preciso que calles," hay que decir á éste. "Es preciso que te marches," hay que decir á aquél. El joven aragonés había tenido la peor de las tentaciones: la tentación de ser largo y difuso.

Como hacía siempre que declaraba algún testigo, el acusado contemplaba ahora al P. Narciso de hito en hito, con mirada firme y tranquila. El coadjutor habló con los ojos puestos en el suelo, y todo el mundo aplaudió su modestia y la moderación de sus palabras. Salió luego por la puerta de los testigos don Martín de las Casas.

Se quedó en un rincón, dispuesto á ser simple espectador; pero algunos pidieron que hablara; Alfonso le empujó hacia la tribuna; el mismo dueño del café se lo suplicó con insistencia, y la mayor parte de la juventud, que formaba el público, le aplaudió, tributándole una ovación anticipada. No pudo eximirse: se resolvió á hablar, subió á la tribuna y empezó.