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Porque, ¿cómo sería posible concebir de otro modo, si la ignorancia en que viven en Europa de la situación de América no lo disculpase; cómo sería posible concebir, digo, que la Inglaterra, tan solícita en formarse mercados para sus manufacturas, haya estado durante veinte años viendo tranquilamente, si no coadyuvando en secreto a la aniquilación de todo principio civilizador en las orillas del Plata y dando la mano para que se levante cada vez que le ha visto bambolearse al tiranuelo ignorante que ha puesto una barra al río para que la Europa no pueda penetrar hasta el corazón de la América a sacar las riquezas que encierra y que nuestra inhabilidad desperdicia? ¿Cómo tolerar al enemigo implacable de los extranjeros que, con su inmigración a la sombra de un Gobierno simpático a los europeos y protector de la seguridad individual, habrían poblado en estos últimos veinte años las costas de nuestros inmensos ríos y realizado los mismos prodigios que en menos tiempo se han consumado en las riberas del Mississipí? ¿Quiere la Inglaterra consumidores, cualquiera que el Gobierno de un país sea?

En el espíritu de Fray Miguel había además poco briosas facultades que le habilitasen para conquistar y dominar nada por medio del pensamiento, Era distraído, poco insistente, ambicioso de ciencia como de todo, pero sin la paciente perseverancia que se requiere para adquirirla. Fray Miguel, si era algo, si algo valía, era como hombre de acción, aunque su poca fortuna o su mucha torpeza le habían extraviado en el camino, encontrando sólo, cuando se cansó y se hartó de andar por él, el desengaño más negro. Aborrecía la vida, pero tenía miedo de la muerte. Así por la época de fe en que vivía como por la natural condición de su espíritu, en la cabeza de Fray Miguel no cabía imaginar que fuera la muerte la aniquilación del individuo, la desaparición de la persona, el olvido de todo.

El cadáver se dejaba destrozar, el buitre se hartaba de carne, y como no me era posible darle la vida para que se volviese contra su verdugo, y como la corrupcion venía lentamente, he atizado la codicia, la he favorecido, las injusticias y los abusos se multiplicaron; he fomentado el crímen, los actos de crueldad, para que el pueblo se acostumbrase á la idea de la muerte; he mantenido la zozobra para que huyendo de ella se buscase una solucion cualquiera; he puesto trabas al comercio para que empobrecido el país y reducido á la miseria ya nada pudiese temer; he instigado ambiciones para empobrecer el tesoro, y no bastándome esto para despertar un levantamiento popular, he herido al pueblo en su fibra más sensible, he hecho que el buitre mismo insultase al mismo cadáver que le daba la vida y lo corrompiese... Mas, cuando iba á conseguir que de la suprema podredumbre, de la suprema basura, mezcla de tantos productos asquerosos fermente el veneno, cuando la codicia exacerbada, en su atontamiento se daba prisa por apoderarse de cuanto le venía á la mano como una vieja sorprendida por el incendio, aquí que vosotros surgís con gritos de españolismo, con cantos de confianza en el Gobierno, en lo que no ha de venir; aquí que una carne palpitante de calor y vida, pura, joven, lozana, vibrante en sangre, en entusiasmo, brota de repente para ofrecerse de nuevo como fresco alimento... ¡Ah, la juventud siempre inexperta y soñadora, siempre corriendo trás las mariposas y las flores! ¡Os ligais para con vuestros esfuerzos unir vuestra patria á la España con guirnaldas de rosas cuando en realidad forjais cadenas más duras que el diamante! ¡Pedís igualdad de derechos, españolizacion de vuestras costumbres y no veís que lo que pedís es la muerte, la destruccion de vuestra nacionalidad, la aniquilacion de vuestra patria, la consagracion de la tiranía! ¿Qué sereis en lo futuro?