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Esto aumentó el valor de Sènto. Serían los mismos que asesinaron a Gafarró. Había que matar para salvar la vida. Ya iban hacia el horno. Uno de ellos se inclinó, metiendo las manos en la boca y colocándose ante la apuntada escopeta. Magnífico tiro. Pero ¿y el otro que quedaba libre? El pobre Sènto comenzó a sentir las angustias del miedo, a sentir en la frente un sudor frío.

Ni puedo vivir por más tiempo sin la compañía de Ester, cuya fuerza para sostenerme es tan vigorosa, así como lo es también su poder para calmar las angustias de mi alma. ¡Oh á quien no me atrevo á levantar las miradas! ¿me perdonarás? partirás, dijo Ester con reposado acento al encontrar las miradas de Dimmesdale.

Porque él es incapaz de atreverse a tanto, verdaderamente, de por : la misma cortedad andando, eso es, y el respeto, ¡caray! y la gratitud... Es más: él me ha visto en las angustias de estos días, , señor, y me ha oído amontonar, eso es, conjeturas y supuestos; y nada, ni una palabra, ¡él, que es todo franqueza y sencillez!... Vamos, señor don Alejandro, que lo creo, eso es, pero que no me lo explico.

Pero si alguna madre debió sentir en aquellos momentos críticos mortales angustias, es aquella que, como la señora de Latour-Mesnil, había tenido la virtud de educar bien a su hija; aquella en que, modelando con sus manos puras a aquella joven había conseguido pulir, purificar y espiritualizar sus instintos.

Quería verla, necesitaba verla, porque su dolor me atormentaba más que los míos; pero me faltaba valor para ello: temía agravar sus angustias con mi presencia..., y temía, hasta el espanto, leer mi desprestigio en sus ojos. Quien haya tenido hijas buenas y enamoradas de su madre, que diga si hay puñal que más hondo hiera, ni azote que más afrente que la mirada que yo temía.

El deseo de partir el dolor le apretaba la garganta con angustias de muerte.... Y no podía, no podía hablar.... Era una crueldad de su madre no adivinar los tormentos del hijo. Doña Paula le miraba como los demás, como la gente con que había tropezado en la calle, sin conocer que moría desesperado. ¡Y no podía él hablar!».

Sonrió Valls, mirándole con ojos maliciosos. Varias veces le había escuchado en su delirio hablar de los muertos, agitando los brazos como si pelease con ellos y los repeliese de sus angustias terroríficas.

Hace unos días creí que el corazón de Luciana se apartaba de , y caí en el marasmo de la desesperación. El horrible pensamiento de un rompimiento me perseguía, y vivía en las angustias de los más negros celos. Hoy todo está apaciguado. Luciana es dulce, cuidadosa de no disgustarme... y no estoy tranquilo.

¡Perdón! ¡Perdón! imploraba Angustias, en el candor de su alma intachable . Soy muy mala, pero a nadie he querido sino a ti. El amor me ha perdido, la desesperanza de amor. Ya te contaré y me perdonarás. Don Guillen, lívido, rígido, balbuciente, pidió: ¡Levanta, hermana! Angustias obedeció como una criatura pasiva. Entonces, don Guillen se arrodilló ante ella. estás limpia.

La viuda de Esquilón, en su política de altura, no hace caso de estas angustias y sigue evocando sus' gratos recuerdos de la infanta: «Me decía doña Isabel que, una vez casado el rey, forma éste su círculo palaciego, mientras la reina forma otro. La reina madre, cuando existe, también organiza el suyo. La madre de la reina, que no es la reina madre, forma otro.