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Actualizado: 16 de junio de 2025
¡Por Dios que lo creo! -respondió don Álvaro-, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado, que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas.
En la Crónica de D. Álvaro de Luna se dice de D. Juan II, que fué muy inventivo, é mucho dado a fallar invenciones é sacar entremeses en fiestas, ó en justas, ó en guerra, en las cuales invenciones muy agudamente significaba lo que quería. Crónica de D. Álvaro de Luna. Madrid, 1784, pág. 182. Hállase inédita en la Biblioteca real de París, y la más correcta es la del núm. 7.824.
Era lo peor porque el Magistral, que conocía las exaltadas ideas de don Víctor respecto al honor, temía que obedeciendo a impulsos disculpables, pero no justos, y sordo a la voz de la religión, se arrojase a tomar venganza terrible, sobre todo de don Álvaro, cuyo crimen no podía ser más repugnante y digno de castigo.
Queriendo tanto y tan bien como decía don Álvaro, nada de más haría la Regenta en corresponderle. Una mujer casada, peca menos que una soltera cometiendo una falta, porque, es claro, la casada... no se compromete.
Y sin saber cómo, sin querer se le apareció el Teatro Real de Madrid y vio a don Álvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de Rosina: Ecco ridente il ciel... La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre y estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores.
Esta podía sustraérsele, pero Petra dijo que a tanto no se comprometía, que aquello de andar llaves en el ajo era delicado y podía comprometerla. Lo mejor era que el señorito saltase por la pared. Justamente don Álvaro tenía las piernas muy largas.
El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba.... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía.... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay sí, era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ¡Qué sosos van Álvaro y Ana! decía Obdulia a Ronzal, su pareja.
Así no se podía vivir, con aquel cañón que pesaba quintales, mundos de plomo y aquel frío que comía el cuerpo y el alma no se podía vivir.... Mejor suerte hubiera sido estar al otro extremo del cañón, allí sobre la tapia.... Sí, sí; él hubiera cambiado de sitio. Y eso que el otro iba a morir». «Era Álvaro, ¡y no iba a durar un minuto! ¿Caería en el parque o a la calleja?...».
Estando ya á la trinchea de los enemigos, se afirmaron un poco. Viendo esto los soldados, dijeron á los Capitanes: «¿Qué hacemos que no pasamos adelante? Asaetearnos han aquí los turcos, habiéndonos descubierto.» Respondió Carlos de Haro que no tenía orden para más. No pensó D. Alvaro que esta gente llegara donde llegó, ni que pasasen de las trincheas, pues no les tuvo socorro para pasar adelante.
D. Álvaro de Sande la dirigió en persona, formando cuatro escuadrones de picas con mangas de arcabuceros; y aunque trataron de defender el desembarco unos 400 turcos escopeteros á caballo, apoyados por 300 moros á pie, y de cargar á los que llenaban los barriles, no lo consiguieron.
Palabra del Dia
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