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Actualizado: 25 de junio de 2025
Fue imposible conseguir una danza formal que nos prometiera el capitán, pero en los bosques de la Alhambra y en las calles del Albaicin pudimos ver algunas muestras. ¡Qué de agitación, de delirio artificial, de extrañas contorsiones, de locura reflexiva, de lubricidad aparente en una raza esencialmente casta! ¡Qué de sonidos atropellados, rudos y de salvaje melancolía!
A la Alhambra le llevó el Rey, y con él entrando en la sala de Comares, viendo que su acervo llanto no cesaba, interrogóle: Ataide en acento opaco le contó su desventura, y el Rey atento escuchando, cuando brevemente Ataide finó su triste relato le dijo con grave acento, pero cariñoso y blando: Es misterioso y terrible el decreto de los hados: se cumple lo que está escrito: si por tu madre en espanto, Ben Jucef el Meriní huyó en su fuga lanzando una maldicion, ¿qué piensas que esto fué?
Así, por ejemplo, yo no me contento con que la Alhambra se conserve, sino que, si de mí dependiese, haría restaurar las dos torres de las Infantas y de la Cautiva, cada una de las cuales es, ó, mejor dicho, ha sido, y puede volver á ser, una primorosa filigrana: un palacio ó casa real de la Alhambra en miniatura.
Se han ponderado tanto las maravillas de la Alhambra y su grandiosidad, que al visitarla se la encuentra muy inferior á las descripciones hechas por los viajeros entusiastas.
Le conocía yo; le había oído leer de un modo maravilloso sus admirables versos, aquellas serenatas que eran, en labios del poeta, miel de abejas, susurro de arboledas, cantos del agua en las acequias de la Alhambra; música del cielo.
El poder, el poder te da su imperio, que el rendir feudo al misterio del placer no es mengua ni vituperio. Por tu amor, por tu amor ya arde la Alhambra, rejas torres, Vivarrambra, el fulgor de cañas, juegos y zambra.
Jóvenes y fuertes, ricos, dichosos, con una conciencia pura y el recuerdo de algunas buenas acciones, habremos vuelto a ver nuestra bella Andalucía, Granada y su Alhambra, su mosaico de oro, de arquitectura aérea, sus pórticos, nuestra hermosa quinta con sus bosques de naranjos frescos y perfumados, y sus pilones de mármol blanco en los que duerme una agua límpida.
Se acordó del inglés que tenía un carmen junto a la Alhambra, el que se enamoró de ella y le regaló la piel del tigre cazado en la India por sus criados. Había sabido más adelante que aquel hombre, que en una carta que ella rasgó la juraba ahorcarse de un árbol histórico de los jardines del Generalife 'junto a las fuentes de eterna poesía y voluptuosa frescura', aquel pobre Mr.
No te miro vez alguna Que de su triste fortuna Y próspera no me acuerde: A nadie de vista pierde La envidia, aunque esté en la luna, Aún veo en viles espadas Las cabezas separadas De aquellos ilustres cuellos, Y asidas de los cabellos, En el Alhambra clavadas. Aún corre la sangre aquí, Y aún aquí la envidia aleve Me parece que la bebe. ¡Oh vil Gomel, vil Zegrí! ¿Lloras?
Es probable que así sea, pues no los conozco; sólo sé lo que valen el palacio y los jardines de la Alhambra que había comprado en la ciudad; los inmensos dominios y las ricas granjas que había adquirido en la provincia de Granada, y en la de Valencia. Todo eso, padre mío, pertenecía y pertenece aún a su esposo. ¡Casarse un cuarto de hora antes de morir!... ¡No podía esperar yo semejante cosa!
Palabra del Dia
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