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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Pero Paca era hija de una tabernera, se había criado entre el ruido y la alegría, y por más que la altivez de su temperamento aristocrático la había preservado de los hábitos y las palabras groseras, sus ojos y sus oídos se habían acostumbrado á la algazara de estos sitios. Si por cualquier causa pasaba algunos días sin ir á la reunión, sentía la nostalgia de ella, se ponía de mal humor.
Niños y clérigos están como en su casa. Los pocos fieles esparcidos por la Iglesia son beatas que rezan con devoción; no se piensa en ellas. A veces son espectadores de aquella algazara algunos adolescentes y pollos con cascarón que tienen en los bancos de la plataforma sus amores. Los catequistas, jóvenes todos, no ven con buenos ojos a tales señoritos que vienen con propósitos profanos.
El padrino hacía parar delante de todas las tiendas de montañeses conocidas; llamaba al chicuco; aparecía éste con una batea de cañas; se bebían alegremente entre el corro de la gente que se apiñaba instantáneamente para verlos, y ¡arrea, niño! vuelta á escapar desempedrando las calles. En la de la Carne el aplauso y la algazara fueron indescriptibles.
No correspondía, sin embargo, la animación y la algazara al número y al lujo de aquella muchedumbre; marchaban los paseantes con esa curiosidad más ávida mientras más medrosa, que inspiraba siempre un espectáculo peligroso; con esa curiosidad propia del cobarde que espera oír a cada momento el estampido de un arma de fuego.
Intentáronlo ellos muchas veces; y una, entre otras, estuvieron ya conjurados á matar al P. Machoni. Habían estado algo lejos del pueblo haciendo un baile con grande bulla y algazara, y poniendo en medio de la rueda un calabazo, que por arte del demonio danzaba también con ellos, se convinieron todos en darle aquella noche la muerte, para verse libres de una vez de su celo y reprensiones.
Para cerrar este capítulo y hacer comprender el espíritu bullanguero y alegre del tayabense, voy á recordar cómo conocí una de sus fiestas. Una tarde, que solitario, mustio y pensativo paseaba por la calle del Bambán, llamó mi atención un alegre grupo acompañado de la música, que con gran algazara traía la misma dirección en que yo marchaba.
Los muchachos les salpicaban el rostro con los bastones y se inclinaban de repente sobre un costado para asustarlas, complaciéndose grandemente con sus gritos desesperados. Todo era ruido y algazara en la diminuta escuadrilla.
El pobre obrero Hindbad, las espaldas cargadas de leña, oye desde la calle la música y algazara que hay en el palacio del rico viajero Sindbad, y haciendo comparaciones asáltale el demonio de la envidia; pero Sindbad le cuenta cuánto ha sufrido para obtener aquel oro que tanto le deslumbra. Hindbad queda asustado de la narración.
Por lo demás, no deja de ofrecer un cuadro divertido para el observador obscuro el aspecto de una fonda. Si a su entrada hay ya una familia en los postres, ¿qué efecto le hace al que entra frío y sereno el ruido y la algazara de aquella gente toda alborotada porque ha comido? ¡qué miserable es el hombre! ¿De qué se ríen tanto? ¿Han dicho alguna gracia?
Carvallo cuando allí llegue. La algazara promovida por estos sucesos que atrajo al cuarto de Teletusa en donde ocurrían. Tal ha sido la causa de mi tardanza en venir por aquí, donde algún indicio leve tenía yo de que tan dulce bien me aguardaba. Por dicha, y merced a vuestra destreza, serenidad y generosa sangre fría, todos hemos llegado a tiempo de evitar una tragedia.
Palabra del Dia
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