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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Indicó el jefe el segundo alambrado, que Lacour y su amigo creían perteneciente á los franceses. Era de la trinchera alemana. Estamos á cien metros de ellos continuó , pero hace tiempo que no atacan por este lado.
Pero cuando los pobres caballos pasaron por el camino, ellas abrieron los ojos despreciativas: Son los caballos. Querían pasar el alambrado. Y tienen soga. ¡Barigüí sí pasó! A los caballos un solo hilo los contiene. Son flacos. Esto pareció herir en lo vivo al alazán, que volvió la cabeza: Nosotros no estamos flacos. Ustedes, sí están.
De modo que cortando oblicuamente el yerbal, prosiguieron su camino, hasta que un nuevo alambrado contuvo a la pareja. Costeáronlo con tranquilidad grave y paciente, llegando así a una tranquera, abierta para su dicha, y los paseantes se vieron de repente en pleno camino real. Ahora bien, para los caballos, aquello que acababan de hacer tenía todo el aspecto de una proeza.
Vieron que atravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante. ¡Que no camine ligero el patrón! exclamó Prince. ¡Va a tropezar con él! aullaron todos.
Mas en pleno invierno... Y con las narices dilatadas de gula, los caballos se acercaron al alambrado. ¡Sí, pasto fino, pasto admirable! ¡Y entrarían, ellos, los caballos libres! Hay que advertir que el alazán y el malacara poseían desde esa madrugada, alta idea de sí mismos. Ni tranquera, ni alambrado, ni monte, ni desmonte, nada era para ellos obstáculo.
El hombre avanzó más, y el toro comenzó a retroceder, berreando siempre y arrasando la avena con sus bestiales cabriolas. Hasta que, a diez metros ya del camino, volvió grupas con un postrer mugido de desafío burlón, y se lanzó sobre el alambrado. ¡Viene Barigüí! ¡El pasa todo! ¡Pasa alambre de púa! alcanzaron a clamar las vacas.
La mañana encendida de sol, muy alto ya, reverberaba de luz, y el calor excesivo prometia para muy pronto cambio de tiempo. Después de trasponer la loma, los caballos vieron de pronto a las vacas detenidas en el camino, y el recuerdo de la tarde anterior excitó sus orejas y su paso: querían ver cómo era el nuevo alambrado. Pero su decepción, al llegar, fué grande.
Barigüí, siempre danzando y berreando ante el hombre, esquivaba los golpes. Maniobraron así cincuenta metros, hasta que el chacarero pudo forzar a la bestia contra el alambrado. Pero ésta, con la decisión pesada y bruta de su fuerza, hundió la cabeza entre los hilos y pasó, bajo un agudo violineo de alambres y de grampas lanzadas a veinte metros.
Vieron en el camino al chacarero que cambiaba todos los postes de su alambrado, y a un hombre rubio, que detenido a su lado a caballo, lo miraba trabajar. Le digo que va a pasar, decía el pasajero. No pasará dos veces, replicaba el chacarero. ¡Usted verá! ¡Esto es un juego para el maldito toro del polaco! ¡Va a pasar! No pasará dos veces, repetía obstinadamente el otro.
Melchor, que había notado las angustias inmotivadas de Lorenzo, prorrumpió en una carcajada, diciéndole: ¡Vienes temiéndole a ese caballo en el que la nena hace lo que quiere! La... nena... ella... sabe... andar. ¡Pero si cualquiera sabe andar en ese caballo! Es... que... yo... no... lo... conozco repuso Lorenzo sudando a mares y viendo pavorosamente que el fin del alambrado estaba próximo.
Palabra del Dia
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