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Actualizado: 24 de junio de 2025


Su figura esbelta y distinguida y la hermosura ajada, pero interesante, de su rostro causaron favorable impresión en los circunstantes. Al pasar para ocupar su sitio, no se dignó arrojar una mirada a su antiguo confesor. Estaba más pálida que de ordinario, más ojerosa; pero en su mirada podía observarse una vehemencia y un brillo inusitados.

Me acerco á él, veo doblarse y erguirse alternativamente los tallos de hierba bajo la argentina gota que pasa: gorjean en torno algunos pájaros, y el césped que baña sus raíces en el agua oculta extiende sus tallos verdes y sus florecillas muy por encima de la hierba ajada de los pastos.

Tiene usted razón; no hay nada más estúpido que fiscalizar el trabajo de los artistas. Alegrémonos del resultado de sus esfuerzos cuando nos lo ofrecen y no les persigamos con nuestras prisas. La de Peñarrubia frisaba ya, como sabemos, en los cuarenta. Fisonomía bastante ajada, aunque no desprovista de belleza; pintado el rostro y teñidos de rubio los cabellos.

Robledo creyó que para ella las horas habían sido igualmente largas como años. Parecía más vieja, pero no por eso dejaba de ser hermosa. Su belleza ajada era más sincera que la de los días risueños. Tenía el melancólico atractivo de un ramo de flores que empiezan á marchitarse.

Era mujer de cuarenta y tantos años, gruesa, ex guapa, en buen estado de conservación, aunque algo ajada, y con más experiencia de los hombres de la que a don Quintín hubiera entonces convenido.

Las dos hermanas guardaban bastante semejanza; los mismos ojos de un azul claro, nada bellos, el mismo color de tez y los mismos cabellos rubios cenicientos. Ramoncita, no obstante, estaba muy ajada y representaba bien unos treinta años, mientras Pepita no pasaría de veinte. Venga usted acá me dijo ésta. Voy a presentarle a mi otra hermana... ¡Joaquinita!... ¡Joaquinita! comenzó a llamar.

Y su cara viciosa, ajada prematuramente, completó estas palabras con un gesto cínico. Maltrana saludó al vigilante de la sección de los niños: un viejo de hirsutas barbas, con una expresión de bondad en los ojos. El otro empleado explicó a Maltrana las dificultades del cargo.

En una vitrina, grandes abanicos abiertos evocaban modas desaparecidas y transmitían la sensación encantada de los años en que se habían usado: algunos, enormes, estaban hechos con blanca pluma de garza sobre varillas de ébano; en otros era el plumaje negro y contrastaba pomposamente con el labrado marfil; y en los menos antiguos, alguna escena de pastores se pintaba sobre la indecisión de la seda ajada.

Tenía la misma figura gallarda y arrogante, mas el rostro estaba notablemente ajado; dibujábase en torno de sus ojos un círculo grande azulado, y surcaban su frente dos profundas arrugas, señales que acreditaban la violencia y soberbia de su genio: los negros y sedosos cabellos que Miguel admiraba en otro tiempo, blanqueaban ya por tantos sitios, que eran más grises que negros: vestía una bata de seda, también ajada, y ajados estaban también los muebles de la sala, y ajadas las cortinas y la alfombra.

El buen ingenio llevaba sobre las señales de la ruda actividad á que se había visto sentenciado desde su llegada á Madrid. Sus ojos estaban un tanto hundidos, su nariz parecía más afilada; la blanca golilla de su cuello estaba más de un tanto ajada, su traje descuidado y todo él descuadernado y lánguido que no había más que pedir.

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