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Actualizado: 20 de julio de 2025


En los tiempos de trabajo rudimentario, de industria doméstica, aún podía soñar con hacerse patrono; podía con sus ahorros adquirir los útiles necesarios y convertir su casa en un pequeño taller.

Si hace la mar de tiempo que tronaron. A poco de las trapisondas de marras... Desde entonces su cuñada de usted ha vivido apartada del bullicio, llorando sus faltas y comiéndose los ahorros que tenía, hasta que han venido los apuros. Ha sido una casualidad que yo me enterara. Verá usted... me la encontré hace días... contome sus cuitas... Me dio mucha pena.

Y el buen mozo tomó para su viaje los fondos de la familia, todos los ahorros de la renta, destinados a pagar deudas apremiantes, y «el quinto» de Julio, y salarios y obligaciones urgentes de la casa.

Las deudas de honor que me obligaron á alejarme de París quedarán saldadas en breve, gracias á ti, valerosa compañera de mi vida, que has sabido manejar hábilmente los ahorros que te envié. ¡Cómo deseo verte en mis brazos para decirte una vez más mi amor y mi gratitud!... ¡Cómo ansío ver á nuestros hijos, después de tan larga separación...»

¡Oh!, si treinta años hace se hubiera tomado en esta casa tan sabia determinación, ¡qué ahorro de sinsabores para el leal administrador! ¡Y qué ahorros para !... Pero ya no tiene remedio, y más vale tarde que nunca. A otra cosa. ¿Qué dinero tiene usted disponible? ¿Para cuándo? Para dentro de seis u ocho días. Lo más indispensable para los gastos ordinarios de la señora marquesa..., si alcanza.

Tenía bastante con sus recuerdos. El y Old Sam eran los únicos a quienes el capitán pagaba con exactitud la soldada. Nissen nos salvó de muchos peligros. Nosotros, la cuadrilla de vascos, ya habituados a aquella vida extraña e indiferentes a todo cuanto pasaba a nuestro alrededor, nos poníamos a jugar a la manilla o al truque nuestros ahorros.

Tenía que huir, ponerse en salvo inmediatamente. Los enemigos pensarían seguramente que estaba en Marchamalo, y al amanecer, los caballos de la guardia civil trotarían por la cuesta de la viña. Fue un momento de loca agitación que el pobre viejo creyó interminable. ¿Adónde ir?... Sus manos abrían los cajones de la cómoda, revolviendo las ropas. Buscaba sus ahorros. Toma, hijo mío: tómalo todo.

El labrador fué sacando de su faja toda aquella indigestión de ahorros que le hinchaba el vientre: un billete que le había prestado el amo, unas cuantas piezas de á duro, un puñado de plata menuda envuelta en un cucurucho de papel; y cuando la cuenta estuvo completa no pudo librarse de ir con el gitano al sombrajo para convidarle á una copa y dar unos cuantos céntimos á Monote por sus trotes.

Creía aún sentir el estremecimiento que le producía el suave tintineo de las llaves, abandonadas con la confianza de una autoridad sin límites en la cerraja de un mueble antiguo donde guardaba Doña Bernarda sus ahorros. Así ocultó con mano trémula en sus bolsillos todos los billetes guardados en los pequeños cajones. Temblaba de emoción al consumar el acto audaz.

Y repitió varias veces la cifra, dándola gran importancia por ser dinero suyo: ahorros de la vida en Berlín... Además de esto, tenía sus pequeñas alhajas, regalos de amistad, que llevaría con ella. No necesitaban de grandes cantidades para llegar a Berlín, y una vez allá, todo les sería fácil. Contaba con amigos, muchos amigos; una mujer sale fácilmente de apuros.

Palabra del Dia

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