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Por mucho tiempo me había preguntado qué parte vulnerable de aquella organización de hierro había podido ser lacerada, y al fin advertí que Agustín, al igual que todo el mundo, tenía corazón y comprendí que era aquel noble y animoso corazón lo que sangraba.

Y como ponderaba grandemente San Agustín, a cuantas Naciones vencieron los Romanos, a todas las admitieron a la Gloria de asociados y les participaron su nombre.

Lo mismo que San Agustín indicó don Diego . Opinará como San Agustín y como yo. Según y conforme dije recapacitando . ¿Ustedes piensan como San Agustín? Ostolaza, Teneyro y D. Paco se desconcertaron. Nosotros... Supongo que conocerán los nuevos tratados... A este punto llegaba la controversia, cuando entró lord Gray a sacarme del apuro. No pudiera llegar en mejor ocasión.

11 No hay reinar como vivir, del Dr. Mira de Mescua. 12 A igual agravio no hay duelo, de D. Ambrosio de Cuenca. 1 No puede ser, de D. Agustín Moreto. 2 Leoncio y Montano, de D. Diego y D. José de Figueroa y Córdova. 3 El delincuente sin culpa y bastardo de Aragón, de D. Juan de Matos Fragoso.

Luis es malo, pero mayores escándalos dieron en su juventud algunos santos varones. Ahí tienes a San Agustín, padre de la Iglesia, columna de la cristiandad. San Agustín, siendo joven... El timbre del teléfono cortó la palabra a Dupont, que iba a comenzar el relato de la vida del gran africano, sin fijarse en el gesto de indiferencia de Fermín.

Entre las comedias sueltas de Lope, raras á mi juicio, y de las cuales se encuentran muy pocos ejemplares, apunto también las que siguen, y que poseía D. Agustín Durán, originales ó en copias: El mayor prodigio ó El purgatorio en la vida. Los nobles cómo han de ser. El enemigo engañado. Enmendar un daño á otro. Mas valeis vos Antona que la corte toda.

Examinó mi ropa manchada de barro, y comprendiendo que no se daba cuenta de dónde podía salir yo en semejante estado, añadí: Se ha casado Agustín. ¿Casado...? exclamó Oliverio. ¿Y por qué no? Eso debía suceder.

Conviene anticipar que la palabra crotalogía no es invención mía. Sirve ella de título a un libro escrito en el siglo XVIII por el señor licenciado Francisco Agustín Florencio. En mi pequeña biblioteca guardo un elegante ejemplar como un tesoro bibliográfico. Divídese la obra en catorce capítulos luminosos y repiqueteadores que encierran la monografía más perfecta y acabada del arte castañuelero.

12 La escala de la gracia, de D. Fernando de Zárate. 1 Santa Rosa del Perú, de D. Agustín Moreto y Don Pedro Francisco Lanini y Sagredo. 2 El mosquetero de Flandes, de D. Francisco González de Bustos. 3 El tirano castigado, de D. Juan Bautista Diamante. 4 Araspes y Pantea, de D. Francisco Salgado. 5 El prodigio de Polonia, de Juan Delgado. 6 La Fénix de Tesalia, del maestro Roa.

A esto dijo la vieja que había rezado a la imagen: Hijo Monipodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza dos días ha, que me trae loca; y más, que antes que sea medio día tengo de ir a cumplir mis devociones y poner mis candelicas a Nuestra Señora de las Aguas y al santo Crucifijo de Santo Agustín, que no lo dejaría de hacer si nevase y ventiscase.