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Actualizado: 12 de junio de 2025
La artista se agarraba nerviosamente al brazo de su amante. No tengas miedo murmuró Rafael. Apóyate y salta... Poco a poco. ¿No querías oír al ruiseñor? Ahí le tenemos, escucha. Era verdad.
Aquello no podía ser cierto. ¡Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba soñando.» Pero de pronto sintió en una de sus manos un contacto leve y acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvió a verle otra vez, pero le pareció un hombre distinto. Encontró ante sus ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse.
Los animales sabían su obligación; se dejaban coger por el Mosco, y empujados por él, agarrábanse muro arriba, se mecían un momento sobre el borde, con el vientre aplastado, y dejábanse caer en la parte opuesta, sin otro choque que un ruido ligerísimo de hojas secas. Maltrana se sintió cogido por las piernas e izado, al mismo tiempo que el Chispas, inclinándose, le agarraba por los brazos.
Currita, desfallecida y sin alientos, se agarraba ya a la verja de la iglesia de San José; pensó volver atrás, pensó seguir corriendo, pensó gritar pidiendo socorro, pensó morirse allí mismo... Oyó entonces los pitos de los serenos, sintió abrirse algunas ventanas, vio correr por la acera de enfrente un hombre encapuchado, con el chuzo en ristre y el farol en lo alto.
Y todos, hasta el terrible matón, bebieron a la salud del señorito, mientras éste, como si le sofocase su propia grandeza, se despojaba de la chaqueta y el chaleco y poniéndose de pie agarraba a sus dos compañeras. ¿Qué hacían allí, apretados en torno de la mesa, mirándose unos a otros? ¡Al patio! ¡A correr, a jugar, a seguir la juerga bajo la luna, ya que la noche era de las buenas!...
Cuando volví en mí y me repuse halléme en medio de un grupo de hombres y de mujeres que me contemplaban con indulgente interés capaz de matarme; sentí que alguien me agarraba rudamente, volví la cabeza y vi que era Oliverio.
Hubo un momento en que Batiste creyó ver algo negro que se agarraba á las cañas pugnando por remontar el ribazo. Pretendía escaparse... ¡fuego! Sus manos, que sentían la comezón del homicidio, echaron la escopeta á su cara; partió el gatillo... sonó el disparo, y cayó el bulto en la acequia entre una lluvia de hojas y cañas rotas.
Tenemos casa para alojar dos familias numerosas... ¿Y dónde está ese niño? Quiero verle añadió con su franqueza y aturdimiento habituales. Clara hizo traer a su hijo. El marquesito le alzó entre sus manos de gigante y le zarandeó un rato con no poca alegría del infante, que soltaba carcajadas y se agarraba a sus orejas con igual confianza que a las de Fidel.
Sobre sus tumbas crecieron espontáneamente, como en almacigo, iris blancos y lises rojos. ¡Inexplicable caso, porque estas dos especies vegetales nunca, ni antes ni después, pertenecieron a la flora silvestre de la comarca!... Terminada la lectura, Aristarco se agarraba el vientre, como para no reventar de risa... ¡Bien, muchacho, bien! exclamó.
Una gran araña flamante, de vientre redondeado y delgadas patas, se agarraba implacablemente al centro del techo sin respeto alguno para la asamblea de los dioses. Dos aparadores esculpidos por Knecht brillaban a la luz con su profusión de cristal, loza y plata. El servicio de mesa correspondía a tanta suntuosidad; los platos eran chinos, las botellas de Bohemia y los vasos de Venecia.
Palabra del Dia
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