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Unas veces le creía en Ibiza la buena señora; otras afirmaba saber con certeza que habían visto a su sobrino en América, dedicado a los más bajos oficios. «De todos modos, cachorro de inquisidor, tu santa tía no se acuerda de ti y no debes esperar de ella el menor auxilioAhora se murmuraba en la ciudad que renunciando definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la «Rosa de Oro» pontifical, que nunca acababa de llegar, entregaría sus bienes a los sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las comodidades de una dama de privilegio. «La Papisa» se alejaba para siempre; imposible esperar nada de ella. «Y aquí entro yo, pequeño Garau; yo el réprobo, el chueta, el rabudo, que deseo ser adorado y reverenciado por ti como si fuese la Providencia

Las condiciones impuestas por la condesa eran un considerable aumento de sueldo para ella y la Secretaría particular de don Amadeo para Juanito Velarde, adorado amigo que a la sazón privaba. El encargo era fácil, dado el afán que de llenar aquel desairado cargo con un grande de España existía en la corte y en el Gobierno.

Hágame usted el favor de hacerme la justicia de creerlo. Usted no es de las que queman lo que han adorado. Olvide usted, se lo ruego, una torpeza involuntaria que deploro sinceramente. Pero lo que no puedo deplorar es la noble confianza que se ha servido usted manifestarme y que realza todavía mi respeto y mi admiración hacia usted.

Pero este fraseo pueril no había perdido el poder de conmoverle profundamente, anulando su voluntad. ¡Buenos días, mi cocó!... Me he levantado más tarde que otras mañanas; debo hacer algunas visitas antes de ir al Bosque. Pero no he querido marcharme sin saludar á mi maridito adorado... Otro beso, y me voy.

Con ellas no se mostraba muy generoso; deseaba ser adorado por sus méritos de jinete arrogante, creyendo de buena fe que todos los balcones de Jerez se estremecían con la palpitación de corazones ocultos cuando pasaba él montando el último caballo que acababa de adquirir. Con la corte que le acompañaba de parásitos y matones era más espléndido.

En alto está un altar de fina plata, Con cuatro lamparillas á los lados Encendidas, y alguna no se mata, Que estan cuatro ministros diputados. Un sol bermejo mas que una escarlata, Allí está con sus rayos señalados: Es de oro fino el sol allí adorado, ¿Mas hay de quien él sea deshechado?

De Pas vio a la Regenta más hermosa que nunca: en los ojos traía fuego misterioso, en las mejillas el color del entusiasmo, de las conferencias íntimas, espirituales; una aureola de una gloria desconocida para él parecía rodear a aquella mujer que encerraba en el breve espacio de un contorno adorado todo lo que valía algo en la vida, el mundo entero, infinito, de la pasión única.

¿Quién? preguntó Santa Cruz algo atontado. Tu adorado tormento, tu... Cómo se llamaba o cómo se llama... porque supongo que vivirá. No lo ... ni me importa. Vaya con lo que sales ahora. Es que hace un rato me dio por pensar en ella. Se me ocurrió de repente. ¿Sabes cómo? Vi unos refajos encarnados puestos a secar en un arbusto.

Le pareció que caía la venda de sus ojos y se rió de mismo que por mucho tiempo había adorado a aquel idolillo de marfil. Cuando instado por el público Rojas se puso de nuevo a leer La danza de las ondinas no pudo resistir más; se alzó del asiento y salió a la calle. Aburrido y encolerizado bajó hasta la Puerta del Sol y entró en un café a tomar chocolate.

Creyó ver que el adorable cuerpo de miss Margaret empezaba á descomponerse. Tal vez era ilusión de sus ojos, pero el mármol de su palidez parecía haber tomado un tono verdinegro, con estrías que denunciaban la podredumbre interior. Resultaba preferible no presenciar la desagregación material y desesperante de este cuerpo adorado.