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Actualizado: 8 de septiembre de 2025
Lancopaguy, lo mismo, y muy por menor de la situacion, armas caudales y caminos. Gedacoy, igualmente, añadiendo era mejor camino el de Ranco por ser mas llano, aunque, de mas rios, y todos convienen en esto. Tambien me dijo que la causa de no dar paso los indios por aquel camino, ni admitir conchabados es, porque no vean las ciudades, y tengan noticia por allí de aquellos españoles.
Gurdilo terminó declarando que él no podía admitir la petición del gobierno, y rogó al Senado que votase contra ella. Admitirla equivalía á servir una venganza particular.
¿Por qué, pues, aquel amor no la sostenía en las horas de prueba? ¿Por qué no era su refugio en los momentos sombríos? No podía admitir que, al pedir su mano, Huberto procediese por vanidad. ¡No! no podía creerlo.
El Rey con esta embaxada tuvose por satisfecho del sentimiento pasado por no haber querido admitir al Infante D. Fernando su sobrino en su Nombre.
D.ª Marciala, viendo al padre Narciso cada vez más inclinado a admitir y agradecer la fervorosa admiración de D.ª Filomena, mostraba su sentimiento y despecho, acercándose a D. Melchor y hablándole con afectado cariño. D.ª Filomena, después de algunos años de adoración resignada, silenciosa, había llegado, cuando ya no lo esperaba, a la meta de sus aspiraciones.
Sin más equipo que lo puesto, pavoneábanse de la mañana a la noche en el centro de Madrid, hablando de contratas que no habían querido admitir y espiándose unos a otros para saber quién tenía dinero y podía convidar a los camaradas.
Vivía en Mâcón, frente a mi casa, y al ver la menor señal de turbación o de dolor en mi semblante, corría a mi lado a consolarme y compartir conmigo las penas. Al morir quería legarme toda su fortuna, pero yo no lo he consentido: únicamente, y como recuerdo de amistad, he consentido en admitir algo de lo que constituía su fortuna, que no era escasa.
Pero me veo obligada a no admitir..., porque quiero a otro hombre. ¡Quiere a otro hombre! repuso con aturdimiento el litógrafo . Después que nos casemos le olvidará usted, y me querrá a mí. Yo soy muy bueno». Isidora sonrió.
En su cerebro había de dar cabida, le repugnase o no, a lo que otros concibieron; su esfuerzo tenía que hacerse mantenedor de proposiciones que apenas le era dado examinar; debía admitir la verdad sin examinarla, creerla sin que le fuese demostrada. «Node sólo pan vive el hombre, sino también de la palabra de Dios,» le dijeron; y la palabra de Dios era un enigma, todo lo más una promesa.
Pero la mujerona le contestó con otra mirada arrogante de vieja servidora, que se permite por su antigüedad no admitir repulsas. Aquel señorito había venido de visita y se había paseado con Pepita por el jardín, siempre bajo su vigilancia: ¿qué mal había en ello?... Sanabre no pudo ocultar su turbación al saludar á la señora de su jefe.
Palabra del Dia
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