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Actualizado: 18 de julio de 2025


Las paredes del templo, si bien blanqueaban sin mácula por el reciente enjalbiego, se veían en parte cubiertas de rojo damasco, aunque el damasco era poco, y era más el filipichín que lo remeda. A ambos lados del altar de Santo Domingo admiraban los fieles multitud de exvotos, claro testimonio de la potencia milagrosa de su celestial abogado.

Tenían que pasar la noche en el falucho: el patrón quería darse a la vela antes del alba. Y madó hablaba con bondadoso interés de aquellas gentes, que le parecían del otro extremo del mundo. ¡Cómo lo admiraban todo! Iban por la calle como asustados... ¿Y Margalida? ¡Qué muchacha tan hermosa!

Pero aquí, rodeada de hombres que la admiraban, y en un ambiente primitivo que la hacía resaltar como si fuese de esencia superior, había ejercido sin quererlo una influencia tan nefasta como la del demonio cobrizo temido en otros tiempos por los jinetes errantes de la Pampa. Ella misma había sido víctima de este ambiente de soledad al enamorarse de Watson.

El podía afirmarlo, que había conocido la notoriedad y pasaba ahora como un desconocido entre las mismas gentes que le admiraban meses antes. Tu reino ha terminado dijo Argensola riendo . De nada te sirve ser buen mozo. Yo, con un uniforme y una cruz en el pecho, te vencería ahora en una rivalidad amorosa. El oficial únicamente hace soñar en tiempos de paz á las señoritas de provincias.

Las gentes sonreían al hablar de él, como si le tuviesen por loco; pero estas sonrisas sólo osaban desplegarse cuando estaba lejos, pues á todos les inspiraba cierto miedo. Al mismo tiempo lo admiraban como una gloria local. Había corrido todos los mares, y además tenía su fuerza, su desordenada y tempestuosa fuerza, terror y orgullo de sus convecinos.

Sus compatriotas, antiguos compañeros de miseria, le admiraban al verle vestido como un rico y ocupando muchas veces un carruaje de los príncipes. Su condición de maestro la consideró poco honrosa para un antiguo guerrero, y decía modestamente: Soy ahora el ayudante de campo del general Saldaña. Creo que no tardaremos en echarnos otra vez al monte.

Los que escribían en prosa, sin prevención y con la franqueza del sigilo, no condenaban a Isabel por loba, sino que la admiraban como gran reina.

Y los entusiastas del ídolo, los más vehementes y brutales, que admiraban su audacia a impulsos del propio carácter, indignábanse, con la cólera del creyente que ve puestos en duda los milagros de su santo. Cortábase la atención del público con incidentes obscuros que agitaban las gradas.

»A causa de las escenas violentas a que se entregaba, me compadecían nuestros vecinos. Admiraban mi resignación, que no se debía, seguramente, a la indiferencia. Era demasiado desgraciada para ocuparme de ciertas pequeñeces. »La tristeza de Teobaldo aumentaba de día en día.

Fingían sorpresa al verla, la abrazaban, admiraban su traje, hacían elogios de su hermosura, le pedían datos sobre las últimas modas, y escapaban, procurando no tropezarse con ella otra vez. Ojeda la conocía vagamente. Su marido había sido de «la carrera», un antiguo plenipotenciario que actualmente vegetaba retirado en una ciudad de provincia.

Palabra del Dia

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