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En cuanto el maestro subió al otro piso, el centenar de chiquillos comenzó á rebullirse, primero con cautela por si el pedagogo les jugaba, como de costumbre, alguna emboscada, y después con un estrépito y una confusión tales, que el vigilante nombrado por el maestro, y con omnímodas atribuciones, por cierto, viendo su autoridad atropellada, hubiera acudido en queja «al señor maestro» si se hubiera atrevido á penetrar en el sancta sanctorum de las casas consistoriales.

Sin embargo, Amalia replicó descaradamente: No tengo ese honor. Soy el barón de los Oscos. La dama hizo una inclinación de cabeza. Paula dijo dirigiéndose a una criada que había acudido, llévate esa chica. , Pepe, enciende las lámparas del gabinete azul.

Formada así una procesion que llenó de ternura y lágrimas al gran gentío que habia acudido á verlos, fueron cantando la letanía á la capilla de Nuestra Señora de Villaviciosa, conducidos de los mismos capitulares que por sus propias manos los habian vestido. Los trages eran talares, con divisa azul que distinguia á los varones de las hembras.

Se abrieron de golpe las persianas, lo que me permitió ver a Ruperto Henzar que, de espaldas a la ventana y tendiéndose a fondo, exclamó: ¡Para ti, Juan! ¡Y ahora te toca el turno, Miguel! ¡Acércate! Es decir, que Juan estaba allí, que había acudido probablemente en auxilio del Duque. Y en tal caso, ¿cómo había de abrir a tiempo la puerta del castillo?

No, hija, has acudido tarde... ¡Te he estado metiendo la indulgencia por los ojos, sin que la quisieras ver, y ahora que te ahogas, vienes a ...! ¡Ay!, no puedo, no puedo. Y sin decir más, se fue a la cocina, pensando que toda severidad era poco contra aquella mujer, y que convenía aterrorizarla, a ver si se sometía al fin de una manera absoluta. Pronto se hizo de noche.

Y más adelante añadía, describiendo el concurso de personajes ilustres que habían acudido al palacio de Villamelón en aquellos momentos críticos: «Con gran asombro de todos, llegó también presuroso el señor marqués de Butrón, trayendo blanca por completo su poblada barba, negra de ordinario, como las alas del cuervo.

Morsamor cayó también, pero cauto y ligero, no cayó debajo sino encima de su víctima. Aunque Morsamor se levantó con rapidez, allí hubiera muerto, circundado de muchos enemigos, si los de la hueste portuguesa, maravillados y reanimados al ver su hazaña, no hubieran acudido en su auxilio.

A los gritos habían acudido también el jardinero y su mujer y un peón de los que trabajaban por allí cerca. Todos emprendieron juntos el camino de la casa satisfechos de que no hubiera acaecido nada malo. Pero Barragán tocó en el hombro a Reynoso y le dijo: Dispénsame un instante que vaya a recoger el caballo. ¡El caballo! exclamó su amigo en el colmo de la sorpresa . ¿Pero has venido a caballo?

Había pasado el domingo en una pequeña viña que tenía cerca de Jerez un corredor de vinos, antiguo compañero de armas del período de la Revolución. Todos los admiradores habían acudido al enterarse del regreso de don Fernando.

En el círculo que formaban los más curiosos de los presentes, estaba la Baronesa de Börne, dama austriaca, gruesa y de baja estatura, la única de su sexo que había acudido a la villa, y que miraba fijamente a la extranjera, abrumando al mismo tiempo con sus preguntas a los criados, quienes no sabiendo qué contestar se mezclaban en los grupos a comentar lo ocurrido.