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Actualizado: 18 de junio de 2025
Llamó con los dedos en los cristales. Diga usted, Juan, ¿esta tarde ha venido algún caballero a verme? El portero vaciló un momento sin acordarse, pero su mujer respondió en voz alta: Sí, hombre, ¿no te acuerdas de un señorito joven que preguntó por los señores de Aldama? ¡Ah! sí, un señorito alto, grueso, de pelo rubio. Le dije que no estaba el señorito. Me contestó que era igual y subió...
Se luchaba por la vida, por librarse de la pobreza, y cada cual trabajaba á su modo, sin acordarse del corazón, para asegurar su porvenir. Pero después, con el bienestar llegaba la dulce tontería del amor. Esto había hecho él, pasando la juventud absorbido en la caza de la riqueza, para enamorarse como un muchachuelo, en la época en que otros no tienen ilusiones.
Y sin acordarse más del Toisón de Oro, púsose á rezar, como todos los días, sus oraciones de la mañana. Y á medida que rezaba, parecíale que todos los Gilitos pobres y desvalidos del reino se agrupaban en torno suyo, alzando también á Dios sus manitas, y que él decía, llevando, como hermano mayor, la voz de todos: ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...
Su buque está detenido en el puerto por una avería; debe usted quedarse un mes en tierra; encuentra en un viaje á una mujer que comete la tontería de acordarse de que le conoció en otros tiempos, y se dice: «Magnífica ocasión para entretener agradablemente el fastidio de la espera...» Si yo le creyese, si aceptase sus deseos, dentro de unas semanas, al quedar listo el buque, el héroe de mi amor, el paladín de mis ensueños, se haría al mar diciendo como último saludo: «¡Adiós, imbécil!»
Si él había podido reconocerla, era porque, al vivir tanto tiempo en el mismo lugar solitario y monótono, sus impresiones antiguas se mantenían vivas, con la incesante renovación del recuerdo, sin que otras las sofocasen bajo su paso. En cambio, ella había vivido tan aprisa y visto tantos hombres, que le era imposible acordarse del español.
-Dios se lo perdone -dijo Sancho-. Dejárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma. Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos, que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona.
¡Tan pintoresco, tan verde, tan frondoso!... Y luego con estos aires tan saludables que aquí se respiran... Usted se ha puesto muy bueno, señor... parece otro. He mejorado bastante; es cierto. No hay como la buena vida y no acordarse de los negocios... Los trabajos de cabeza concluyen con la persona... A mí me han hecho mucho daño también.
La primera tarde que encontró en el café de la Cannebière á su contertulio el viejo capitán, fué encaminando la conversación hábilmente hasta poder formular con naturalidad la pregunta que llevaba en su pensamiento: «¿Qué había sido de aquella Freya Talberg que tanto preocupaba á los periódicos antes de salir él para Salónica?...» El marsellés tuvo que hacer un esfuerzo para acordarse.
Separáronse en el pasillo, porque Estupiñá tenía que ir hacia el comedor. Moreno siguió a Jacinta hasta el salón y de allí al gabinete. «No me había dicho Guillermina que estaba usted en Madrid. Lo supe hoy por mamá» dijo ella por decir algo. ¿Guillermina? ¡Buena tiene ella la cabeza para acordarse de anunciarme! ¿Sabe usted que cada vez que vengo a España me la encuentro más tocada?
El despecho la hizo olvidarse de quién había sido el primero en desear la aproximación. Ella sólo podía imaginarse a los hombres marchando suplicantes tras de sus pasos y diciendo la palabra inicial. Se apartó de Ojeda con gesto pensativo, buscando un insulto que conocía de muchos años antes, tal vez desde que aprendió a hablar, pero del cual no podía acordarse.
Palabra del Dia
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