Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 22 de octubre de 2025


Los padres los querían ingenieros, como los ingleses que venían á explotar las minas: las madres los soñaban elegantes, y de cuerpo delicado, como los señoritos que hacían la parada en la acera del boulevard del Arenal.

Al darse cuenta quiso retroceder, y entonces fué cuando vió venir por la acera opuesta al teniente Martínez, en la misma dirección que seguía él momentos antes. Le pareció más alto, más fuerte, como envuelto en un halo de gloria. Su uniforme era el mismo, rapado y envejecido por varios años de guerra, pero el príncipe lo vió enteramente nuevo y con un brillo deslumbrador.

Con estos sentimientos, el estudiante decidió no apartarse de la casa para esperar á que entrara, si estaba fuera, ó cogerle al salir, si estaba dentro. Pasó á la acera de enfrente y empezó á pasearse, resuelto á no abandonar su puesto en toda la noche, esperando con la inquebrantable paciencia que da el deseo de venganza. Las diez serían cuando Lázaro vió que salían de la casa tres personas.

Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito.

Salió del escritorio, cerrando la puerta con el llavín, que guardó, y se fué por la acera de la izquierda, que seguía siempre con lluvia o con buen tiempo, a tomar el tranvía en la esquina de la Catedral.

Pero muy contra lo que presumía en aquel momento, el cadete salvó rápidamente la distancia de una acera a otra y arremetió con él con los brazos abiertos, la cara sonriente y rebosando de júbilo. Déjeme V. que le abrace, D. Miguel y lo hizo sin aguardar el permiso.

Al poner el pie en la acera, respiró Currita algo más desahogada y atrevióse a mirar a un lado y otro; todo parecía solitario, y tan sólo por la calle del Almirante vio a un hombre que marchaba a lo lejos, con las manos en los bolsillos, silbando la marcha de Pan y Toros.

A uno decía mi buen ayo: «Mañana me traen dineros»; a otro: «Aguárdeme V. Md. un día, que me trae en palabras el banco». Cuál le pedía la capa, quién le daba prisa por la pretina; en lo cual conocí que era tan amigo de sus amigos, que no tenía cosa suya. Andábamos haciendo culebra de una acera a otra por no topar con casas de acreedores.

Estaban hablando, cuando pasó un pintor de panderetas, también vecino, y ambos le convidaron a unas copas. «Váyanse al rábano, ordinariotes...» pensó Ido, y les dio las gracias, separándose al punto de ellos. Andando más vio un ventorro en la acera derecha de la Ronda... «¡Comer de fonda!». Esta idea se le clavó en el cerebro.

Cierta noche, al cerrar la taberna en que se había emborrachado, el dueño de la tienda le arrojó a torniscones, y él se quedó tumbado en la acera, sin abrigo ni gorra. Cuando llegó a su casa, de madrugada, tosía más que un asmático, y a los quince días murió en el hospital, dejando a Engracia un niño de pocos meses.

Palabra del Dia

resistióles

Otros Mirando