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Lo que el ilustrado médico dice, refiriéndose á las evoluciones por que pasa la cara de los niños, es perfectamente aplicable al semblante de los actores. Considérese que, como el mar acepta todas las presiones del viento, así la fisonomía del comediante queda obligada á traducir cuantas impresiones le imponga el dramaturgo.

Tiene al fin la dicha de encontrarlo y de casarse, pero no tarda en desengañarse de su error y en arrepentirse de no haber preferido al necio, puesto que, en vez de dominarlo, tiene siempre que seguir ciegamente su dictamen. Afortunadamente enviuda pronto, y acepta la mano del primer pretendiente.

Quiero darla únicamente mi nombre, y con mi nombre, mi posición; quiero arrancarla de la exageración del claustro; si desea soledad, en mi casa la tendrá; independiente de su habitación, si lo desea, será una especie de celda; si acepta mi brazo, si me presta el suyo, nos apoyaremos el uno en el otro; seremos hermanos.

El que no quiere puede ser colocado tan sin escape y tan entre la espada y la pared, que sin contar con la menor probabilidad de triunfo y sólo para salvar su decoro y probar que cede a irresistible fuerza, acepta o declara la guerra, aunque esté persuadido de que va a ser derrotado.

La que para dar el «» emplea mucha retórica, muchos requilorios, circunloquios y rodeos, mucha charla alambicada y sutil, es que en realidad no está verdaderamente enamorada. Acepta por causas ajenas al amor; porque es buen partido, porque quiere emparentar bien, etc., etc.

Quiroga acepta con ardor, encamínase a la ciudad, la toma, prende a los individuos del Gobierno, les manda confesores y orden de prepararse para morir. ¿Qué objeto tiene para él esta revolución? Ninguno; se ha sentido con fuerzas, ha estirado los brazos y ha derrotado la ciudad. ¿Es culpa suya?

Y señalaba un jovencito moreno, subido de color, sentado entre los adoradores de Nélida. Es el hermano pequeño, el único que se asemeja a la madre. Acompaña a Nélida por todo el buque, y ella lo acepta como una prolongación de la familia, porque esta vigilancia honorable le permite ir sola entre los hombres. El muchacho es medio imbécil, le dan ataques epilépticos, habla con incoherencia.

Luego pasó a la sala, seguida de doña Lupe, que quería meter baza a todo trance: «Tendremos sumo gusto en venir mañana. Aprecio mucho a Mauricia, que a no ser por el maldito vicio, sería una buena mujer, trabajadora, fiel... Y dígame usted: de noche habrá que velarla. Yo no tendría inconveniente en quedarme alguna noche; y si no, mi sobrina...». Dios se lo pague a usted... Se acepta, se acepta.

Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y Spadoni intentó ocultarlas con una precipitación cómica. ¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, Alteza. En esta Costa Azul, cuando las señoras entradas en años no encuentran ya quien las ame, se dedican á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el Casino acepta sus obras para no disgustarlas.

Pero entonces también acepta la tragedia. Figúrate a una de esas jóvenes señoras en la paz de su hogar. La rubia cabeza de un niño se aduerme sobre su seno; se diría otra Virgen con otro niño Jesús. El aire que en derredor de ella se respira parece impregnado de virtud. Un velo de religiosa castidad cubre la hermosura lánguida de su cara. Su sencilla actitud es una oración.