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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Pero, mientras os estaba esperando, he hojeado un libro de cirugía, y acababa en este momento de ver en él la figura de un cirujano que tiene cierto parecido con vos, cuando, al entrar, me habéis hecho el efecto de un aparecido.
En Aiguillón, á donde llegaron aquella noche, los esperaban el barón de Morel y el risueño Gualtero, cómodamente instalados en la hostería del Bâton Rouge. El noble inglés sostenía interesante coloquio con un afamado caballero del Poitou, Gastón de Estela, que acababa de llegar de Lituania, donde había servido con los caballeros teutones á las órdenes del gran maestre de Marienberga.
Un marino que todavía no contaba treinta años y ya había recorrido toda la tierra conocida, Elíseo Kent Kane, acababa de proclamar una idea atrevida, pero magnífica, que había exaltado vivamente la ambición americana. Así como Wilkes prometiera descubrir un mundo, Kane se comprometía á encontrar un mar, un mar libre bajo el polo.
Acababa de entrar en prensa la última página de La Estrella del Norte de 19 de julio de 1865, única publicación diaria editada en Klamath County, y a las tres de la mañana dejaba yo a un lado mis manuscritos y pruebas, preparándome para irme a casa, cuando debajo de algunas hojas de papel que separaba, descubrí una carta.
Y, sin embargo, los que la boca temerosa del artista había dejado escapar, y muchos otros que habían quedado dentro, a ella exclusivamente iban dirigidos. Mientras hablaba en pie y arrimado a la mesa con los papás y con Romadonga, sus ojos de pez, claros y fríos, no se apartaban de la gentil muchacha. ¿Gentil? Sí, Presentación era una lindísima joven que acababa de cumplir los veinte.
Llegó aquí con doscientos o trescientos mil francos, rebañados discretamente aquí y acullá. Así y todo, levantó en el Bosque tal polvareda que se habría dicho que la reina de Saba acababa de llegar a París. En menos de un año consiguió hacer hablar de sus caballos, de sus vestidos, de su mobiliario, sin que nadie pudiese decir nada positivo sobre su conducta.
El corazón de la hija, hay que confesarlo, no padeció gran cosa. Aquella desgracia no apagaba por entero el rencor que despertaba en su alma el recuerdo de los amarguísimos días que acababa de pasar. Su venganza no estaba satisfecha porque veía a la Amparo rica y feliz.
Sobre la urna echaron tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le daba vuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo.
A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». Las ganancias del establecimiento no eran escasas; pero los esposos Arnaiz no podían llamarse ricos, porque con tanto parto y tanta muerte de hijos y aquel familión de hembras la casa no acababa de florecer como debiera.
Desde que se sentaron a la mesa, la transformación que acababa de operar en su rostro había llamado la atención de todos, hasta de su padre, que no se dignaba reparar sino en muy contadas cosas: habíale dirigido durante el almuerzo cuatro o cinco miradas largas y escrutadoras, y él, por no soportarlas, bajaba la vista y se hacía el distraído; estaba avergonzado, y hubiera dado cualquier cosa por ponerse de nuevo los pelos que se había quitado.
Palabra del Dia
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