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Actualizado: 24 de junio de 2025
En instante tan supremo, las mujeres que quedaban á la orilla redoblaron sus lamentos, abrazaron á sus hijos, á sus padres, á sus hermanos, á sus amigos, y se confundieron todos en un solo torrente de lágrimas. Hay situaciones, lector amigo, que no á todos es dado describir, y ésta es una de ellas.
A la señora María, la Rinchona, mira tú, porque dijo que les quería dar la mano, la abrazaron a vista de todo Dios... luego los había acompañado al Círculo Rojo, y oído la serenata, y el discurso que echó uno de ellos... ¡un viejo que parece un santo!, y otro... un señor serio, de mal color.... ¿Y qué tal, predican bien? ¡Dicen cosas... que se le hace a uno agua la boca de oírlas!
Fueron más arriba, abrazaron de una vez la extensa y sombría fachada de la gran casa solariega que, avezada a los golpes del huracán, dormía grave y desdeñosa bajo la intemperie. Contemplola larga, atentamente. Sus ojos brillaron con un fuego de gozo místico. Era la mirada del apóstol, ávida, tierna, clemente. Tal debió ser la expresión que reflejaron los ojos de San Pedro a la vista de Roma.
Ni cinco minutos tuvieron que esperar, porque al punto entraron dos madres que ya estaban avisadas, y casi pisándoles los talones entró el señor capellán, un hombrón muy campechano y que de todo se reía. Llamábase D. León Pintado, y en nada correspondía la persona al nombre. Nicolás Rubín y aquel pasmarote tan grande y tan jovial se abrazaron y se saludaron tuteándose.
Se disiparon, pues, las melancolías de Echeloría y de Mutileder; se abrazaron fraternalmente y más contentos que unas pascuas, y se encontraron muy a gusto de ser ella favorita de Salomón y él príncipe consorte en el reino sabeo, para donde se fue con su Guadé, cuatro días después de saber que era hijo de Abaris y de haber descubierto que tenía una salamandra azul en la espalda.
Una mañana, estando de servicio en el Mercado, don Morales se tropezó con cierto gringo corpulento, forzudo y rojo, al que había conocido años antes en el Paraguay. ¡Don Macperson!... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo le va?... Se abrazaron. El policía lo despreciaba, como á todos los extranjeros, pero al mismo tiempo sentía por él una gran admiración.
Pues ya que no hay nada de casorio, quiero tener contigo, contigo que eres mi hija, la familiaridad propia de un padre; quiero tutearte.... Y en este momento es preciso que sellemos nuestro parentesco dándonos un abrazo pero muy apretado.... así... no hay cuidado. Ya no somos novios, hijita. Se abrazaron estrechamente, confundiendo la bondad de sus corazones.
Ellos las abrazaron con grande regocijo, y les preguntaron si traían algo con que mojar la canal maestra. Pues ¿había de faltar, diestro mío? respondió la una, que se llamaba la Gananciosa . No tardará mucho a venir Silbatillo tu trainel, con la canasta de colar atestada de lo que Dios ha sido servido.
Esta vez, cuando la nave hizo su parada definitiva en el patio, hubo una aclamación general. El Doctrino abrazó á sus amigos. ¡Javier! ¡Lázaro! Y se abrazaron con efusión. Después de los monosílabos de alegría y sorpresa, el segundo dijo al primero: ¿Tú en Madrid? ... al fin! ¿Vienes de Ateca? Sí. Bien.
«Por aquí» dijo Santa Cruz señalando un arco que era la única salida. Y cuando pasaban por aquel túnel, al extremo del cual se veía otra plazoleta tan solitaria y misteriosa como la anterior, los amantes, sin decirse una palabra, se abrazaron y estuvieron estrechamente unidos, besuqueándose por espacio de un buen minuto y diciéndose al oído las palabras más tiernas. «Ya ves, esto es sabrosísimo.
Palabra del Dia
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