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Oigo pasos pesados y rápidos... Llevan en la mano aceros desnudos. Les siguen los barones del viejo conde, con las cejas fruncidas, gruñendo, llenos de una cólera sorda. Las antorchas proyectan una luz lúgubre sobre la escena. VALDEMAR. ¿Sois vos, condesa? ¿Dónde está el duque? ¿Dónde está Enrique? ELSA. No comprendo lo que me preguntáis. VALDEMAR. ¿Dónde está Enrique? Soy su amigo.

Los relucientes aceros chocaron con furia. Roger cuidó de adelantar continuamente, impidiendo al enemigo el libre manejo de su larga tizona; alcanzóle ésta levemente en un hombro y casi al mismo tiempo hirió él también á Tránter en un muslo, pero al elevar su espada para dirigirle otro golpe al pecho, la sintió firmemente trabada en el corte hecho con ese objeto en la hoja del contrario.

En la cruz de sus recios gavilanes las católicas luces nos traía, en sus fuertes aceros la hidalguía, en sus pechos, olímpicos afanes. Estoicos, en el ciclo de sus penas conquistaron sus glorias de soldado, y al sellar con la sangre de sus venas su epopeya brillante y espartana, nos dejaron el dúplice legado de su habla hermosa y de su fe cristiana.

Gonzalo arrojó también lejos de la rodela que llevaba colgada del cinto. El cielo, todo entoldado, de nubes transparentes, esparcía sobre la callada ciudad una lumbre misteriosa de amanecer. Hacia el naciente, nacarada aureola rodeaba la escondida perla del plenilunio. Los aceros se cruzaron. Gonzalo paraba los golpes con maestría, acechando el instante.

Cruzáronse los terribles aceros; daba don Pedro unos mandobles que habrían hendido en dos mitades al Sr. Poenco, si este con prudencia suma no se retirara dando saltos hacia atrás. Los presentes aguantaban con gran trabajo la risa, porque el desafío era una especie de baile, en el cual veíase a don Pedro saltando de aquí para allí para atrapar bajo el filo de su espada al supuesto lord Gray.

El barón en tanto había hallado un competidor digno de su esfuerzo y bríos en guerrero tan famoso como Don Sebastián de Gomera, lanza escogida de los caballeros de la Orden de Santiago. Acometiéronse con tal furia que al primer encuentro quedaron rotas ambas lanzas, y empuñando los aceros se atacaron con denuedo sin igual.

Sigue explicando Cortés que la línea norte-sur se señala en la parte opuesta para asentar los fierros ó aceros. «Para estos se ha de tomar un filo tan grueso como una alfiler gordo; se ha de doblar de modo que cada una de las partes sea tan luenga como el diámetro de la brújula y más la cuarta parte.

Al ver entrar al famoso maestro, los oficiales suspendían un instante su trabajo y los que estaban cubiertos se quitaban respetuosamente la gorra. Allí vio Ramiro, por primera vez, manipular las espadas ígneas, y contempló con heroico deslumbramiento tantos aceros que iban a lanzarse en seguida hacia las más diversas comarcas, frenéticos de sangre y de honra.

Si será Villavicencio, que ha tenido noticia de la broma y creyendo venir a impedirla, sorprende las veras... Parece una mujer. Más bien parece un hombre. Se detiene allí... nos observa. Adelante dijo lord Gray . Que venga el mundo entero a observarnos. Adelante. Volvieron a cruzarse los aceros.

En guardia exclamó él con frenesí . Me despido de Cádiz matando a un amigo. En guardia exclamé yo sacando la espada. Los preliminares duraron poco y los dos aceros culebrearon con luz de plata en la oscuridad de la noche. De pronto uno de los padrinos dijo: Alto, alguien nos ve... Por allí avanza una persona. Un bulto negro... Maldito sea el curioso.