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Y recibe mi más estrecho y apretado abrazo. =Marianela=. Ayer vino a visitarme mi amiga Petrona. Tomamos y charlamos mucho, mejor dicho, charló Petrona, porque yo apenas hice más que oirla. Petrona es una excelente mujer; buena esposa, tierna madre, bondadosa suegra. Si las virtudes domésticas merecen la canonización, Petrona es digna de un sitio preferente en el santoral.

A espuertas podría ganar el dinero, pero los versos le atraen más que los pleitos. Ulises entraba en su despacho con emoción. Sobre las filas de libros multicolores y dorados que cubrían las paredes veía unas cabezotas de yeso, con frentes de torre y ojos huecos que parecían contemplar la nada inmensa. El niño repetía sus nombres como un pedazo de santoral, desde Homero á Víctor Hugo.

No es serio burlarse así de dos instituciones como la Iglesia y el Estado, sobre cuyos seculares cimientos reposa toda la chapitelería de la civilización. Si no gustan ya a la gente los nombres cristianos, los que figuran en el santoral, hágase un nuevo calendario con los motes familiares trascriptos.

Al tener una hija, anduvo preocupado con el nombre que había de ponerla. El recuerdo del extranjero pudo más, y envió a su hermana a la iglesia con unas cuantas vecinas pobres a bautizar la niña, con el encargo de que le pusieran por nombre Leonora. Figuráos qué contestaría el cura después de buscar en vano en el santoral. Yo estaba entonces en las oficinas del ayuntamiento y tuve que intervenir.

Las instituciones civiles y eclesiásticas admiten cualquier nombre, fuera del santoral: pero, una vez bautizado con el nombre de Epaminondas, es depresivo llamarle «Poroto»; si se le ha puesto el nombre de Sócrates, resulta ridículo y ofensivo para la antigua Grecia filosófica llamarle «El mono»; y si, en fin, se le puso el nombre de Washington, o de Franklin, es inadmisible llamarle «Piringo» o «El gringo».