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Las vacas movían el baboso hocico, sin ninguna inquietud, al ver el tren y volvían de nuevo á rumiar con la cabeza baja sobre el verde del prado. Grupos de mujeres lavaban sus guiñapos casi tendidas al borde de arroyos de líquido rojo, como si fuese sangre. Era el eterno color del agua en los alrededores de Bilbao: los lavados del mineral enrojecían hasta la corriente del Nervión.

Unos tenían la faz prolongada y ósea, con grandes ojos bovinos y el gesto dulce y resignado: eran los hombres-bueyes deseosos de tenderse en el surco, para rumiar sin la más leve idea de protesta, con inmovilidad solemne.

Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños.

Obdulia, en cuanto entraron los otros, le olvidó por completo. ¡Antes había olvidado a don Saturnino, que yacía en «el lecho del dolor» con sendos parches de sebo en las sienes, entregado al placer de rumiar los dulces recuerdos de aquella tarde arqueológica!

410 Pero voy en mi camino y nada me ladiará; he de decir la verdá; de naides soy adulón; aqui no hay imitación; esta es pura realidá. 411 Y el que me quiera enmendar mucho tiene que saber; tiene mucho que aprender el que me sepa escuchar; tiene mucho que rumiar el que me quiera entender.

No, ¡canástoles! aquello allá estaba de por , más adentro o más afuera; pero allá estaba... No tenía duda: para estimar una estatua en todo su merecido valor, había que verla colocada en su pedestal. ¡Canástoles, canástoles, si daba que rumiar el caso, para un hombre de los planes y de las ideas que él tenía en el meollo!

Con estas palabras, y con las sonrisas que las acompañaban, el Magistral tenía para rumiar ocho días de felicidad inefable. «, inefable.

A fuerza de estudiar, de desvariar, de rumiar y de buscarle tres pies al gato, sus cerebros se trastornan, ven visiones, tienen ideas extravagantes y toman sus sueños por verdades.

A los siete años comenzó a rumiar el latín, dominándole rápidamente, como si en su vida no hubiese hablado otra cosa; a los diez disputaba con los clérigos que frecuentaban el jardín, los cuales se gozaban en oponerle objeciones y dificultades. El señor Esteban, cada vez más encorvado y débil, sonreía satisfecho ante su última obra. ¡Iba a ser la gloria de la casa!

En su casa, cuando trabajaba en el Camón sola o con Emilia, la Bringas solía rumiar las expansiones de la mañana, añadiéndoles conceptillos que no se atrevían a traspasar las fronteras del pensamiento.