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2 Y llegándose los fariseos, le preguntaron, si era lícito al marido repudiar a su mujer, tentándolo. 3 Mas él respondiendo, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? 4 Y ellos dijeron: Moisés permitió escribir carta de divorcio, y repudiar. 5 Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; 6 pero al principio de la creación, macho y hembra los hizo Dios.

X, Leyes de moros. Art. 3, cap. Del repudio, Leyes morales etc. de Mahoma, Colec. cit. de Lefèvre. Cuando un mahometano jura repudiar á su esposa, rompe todo comercio con ella. La esposa, así que llega á su noticia el juramento, se cubre con un velo y se retira á su aposento sin volver á presentarse á su marido.

El cielo no ha querido dar hijos á mi esposo en su Kinserita antes tan querida, y me repudia por estéril. ¡El profeta permite romper por esterilidad un vínculo que la naturaleza hace indisoluble! «Esperad tres meses antes de repudiar á las mugeres que han perdido las esperanzas de concebir

1 Y aconteció que acabando Jesús estas palabras, se pasó de Galilea, y vino a los términos de Judea, pasado el Jordán. 2 Y le siguió gran multitud, y los sanó allí. 3 Entonces se llegaron a él los fariseos, tentándolo, y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? 5 Y dijo: Por tanto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne.

6 Así que, no son ya más dos, sino una carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre. 7 Le dicen: ¿Por qué, pues, Moisés mandó dar carta de divorcio, y repudiarla? 8 Les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero desde el principio no fue así.

El perro y el caballo. En breve experimentó Zadig que, como dice el libro de Zenda-Vesta, si el primer mes de matrimonio es la luna de miel, el segundo es la de acibar. Vióse muy presto precisado á repudiar á Azora, que se habia tornado inaguantable, y procuró ser feliz estudiando la naturaleza.

Después de haberse acabado la vida con sus esfuerzos en pró del bien espiritual de la humanidad, había convertido su manera de morir en una especie de parábola viviente, con objeto de imprimir en la mente de sus admiradores la poderosa y triste enseñanza de que, comparados con la Infinita Pureza, todos somos igualmente pecadores; para enseñarles también que el más inmaculado entre nosotros, sólo ha podido elevarse sobre sus semejantes lo necesario para discernir con mayor claridad la misericordia que nos contempla desde las alturas, y repudiar más absolutamente el fantasma del mérito humano que dirige sus miradas hacia arriba.

Este es un patrimonio de que no podemos privarnos, aun cuando nos empeñemos en repudiar los títulos que nos garantizan su propiedad. ¿Quién no está cierto de que piensa, siente, quiere, de que tiene un cuerpo propio, de que en su alrededor hay otros semejantes al suyo, de que existe el universo corpóreo?