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Ultimamente llega a la ciudad de Córdoba a las nueve y media de la noche, y una hora después del arribo del chasque de Buenos Aires, a quien ha venido pisando desde su salida. Uno de los Reinafé acude a la posta, donde Facundo está aún en la galera pidiendo caballos, que no hay en aquel momento.

La de Huidobro, que había entrado al desierto por frente a San Luis, salió en derechura a Córdoba, y a su aproximación fué sofocada una revolución capitaneada por los Castillos, que tenía por objeto quitar del Gobierno a los Reinafé, que obedecían a la influencia de López.

No bien se recibe Rosas del Gobierno en 1835, cuando declara, por una proclamación, que los impíos unitarios han asesinado alevosamente al ilustre general Quiroga, y que él se propone castigar atentado tan espantoso, que ha privado a la Federación de su columna más poderosa. ¡Qué!... decían abriendo un palmo de boca los pobres unitarios al leer la proclama ; ¡qué!... Los Reinafé, ¿son unitarios? ¿No son hechura de López? ¿No entraron en Córdoba persiguiendo el ejército de Paz? ¿No están en activa y amigable correspondencia con Rosas? ¿No salió de Buenos Aires Quiroga con solicitud de Rosas? ¿No iba un chasque delante de él, que anunciaba a los Reinafé su próxima llegada? ¿No tenían los Reinafé preparada de antemano la partida que debía asesinarlo?... Nada; los impíos unitarios han sido los asesinos, ¡y desgraciado el que dude de ello!... Rosas manda a Córdoba a pedir los preciosos restos de Quiroga, la galera en que fué muerto, y se le hacen en Buenos Aires las exequias más suntuosas que hasta entonces se han visto; se manda cargar luto a la ciudad entera.

Salúdalo con respeto y efusión; suplícale que pase la noche en la ciudad, donde el Gobierno se prepara a hospedarlo dignamente. «¡Caballos necesito!», es la breve respuesta que da Quiroga. «¡Caballos!», replica a cada nueva manifestación de interés o solicitud de parte de Reinafé, que se retira al fin humillado, y Facundo parte para su destino a las doce de la noche.

Era alto de talle, hermoso de cara, de color pálido y barba negra y rizada. Largo tiempo fué después perseguido por la justicia, y nada menos que 400 hombres andaban en su busca. Al principio los Reinafé lo llamaron, y en la casa del Gobierno fué recibido amigablemente.

La autorización es unánime, y los Reinafé son depuestos y presos todos los que han tenido parte, noticia o atingencia con el crimen, y conducidos a Buenos Aires. Un Reinafé se escapa y es alcanzado en el territorio de Bolivia; otro pasa al Paraná y más tarde cae en manos de Rosas, después de haber escapado en Montevideo, de ser robado por un capitán de buque.

La muerte de López le entregaba a Santa Fe, la de los Reinafé a Córdoba, la de Facundo a las ocho provincias de la falda de los Andes. Para tomar posesión de todas ellas, bastáronle algunos obsequios personales, algunas cartas amistosas y algunas erogaciones del erario.

Santiago del Estero bajo la dominación de Ibarra. López de Santa Fe extendía su influencia sobre Entre Ríos por medio de Echagüe, santafecino y criatura suya, y sobre Córdoba por los Reinafé.

La Historia verá otra cosa en lo primero: la fusión de la República en una unidad compacta y en el enjuiciamiento de los Reinafé, gobernadores de una provincia, el hecho que constituye a Rosas jefe del Gobierno unitario absoluto, que desde aquel día y por aquel acto se constituye en la República Argentina.

Sus relaciones con López de Santa Fe son activas, y tiene además una entrevista en que conferencian ambos caudillos; el Gobierno de Córdoba está bajo la influencia de López, que ha puesto a su cabeza a los Reinafé.