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Yo recuerdo que, cuando el de Vergara, en realidad quienes perdimos fuimos nosotros: luego que el partido liberal aseguró la corona a la Reina, le trataron como a un negro; a Espartero le arrinconaron en seguida; a los oficiales carlistas les favorecieron mucho; decían que todos éramos hermanos, y los nuestros, que se habían batido en invierno con pantalón de dril... iban a Filipinas o a Fernando Póo en cuanto parecían sospechosos.

Era antes de la Revolución; mandaba González Bravo; los buenos tiempos; por poco que alzase el gallo un enemigo del orden y las sanas creencias, iba en cuerda camino de Fernando Póo. Y sin embargo, ¡floja zambra armó aquel hombre! se plantó en la iglesia, donde no había entrado nunca, empeñado en que bautizasen a la pequeña a su gusto.

En muchas lenguas de las que me ocupan, veo una relación entre el nombre de diez y el de una medida. El marquesano tipoo, que significa una medida de un palmo, está compuesto de una contracción de pití, tahitiano, que significa uno, y de poo, palmo de la mano; lo que demuestra que, como los europeos, se sirvieron de las manos para medir.

Cobra para sostener el boato del romano Pontífice, pues le mantenemos su embajador en España, que es como si yo me diese el lujo de tomar criados, imponiendo al vecino la obligación de mantenerlos; cobra por reparación de templos, por bibliotecas episcopales, por la colonización de Fernando Poo, por imprevistos, y ¡qué yo cuántos capítulos suplementarios!

Antes que la moderna civilización en forma de locomotora asomara las narices á la puerta de esta capital; cuando el alípedo genio de la plaza, acostumbrado á vivir, como la péndola de un reló, entre dos puntos fijos, perdía el tino sacándole de una carreta de bueyes ó de la bodega de un buque mercante; cuando su enlace con las artes y la industria le parecía una utopía, y un sueño el poder que algunos le atribuían de llevar la vida, el movimiento y la riqueza á un páramo desierto y miserable; cuando, desconociendo los tesoros que germinaban bajo su estéril caduceo, los cotizaba con dinero encima, sin reparar que sutiles zahories los atisbaban desde extrañas naciones, y que más tarde los habían de explotar con tan pingüe resultado, que con sus residuos había de enriquecerse él; cuando miraba con incrédula sonrisa arrojar pedruscos al fondo de la bahía; cuando, en fin, la aglomeración de estos pedruscos aún no había llegado á la superficie, ni él advertido que se trataba de improvisar un pueblo grande, bello y rico, el Muelle de las Naos, ó como decía y sigue diciendo el vulgo, el Muelle Anaos, era una región de la que se hablaba en el centro de Santander como de Fernando Póo ó del Cabo de Hornos.