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El también, cuando sea grande, va a ser general, con un vestido de dril blanco, y un sombrero con plumas, y muchos soldados detrás, y él en un caballo morado, como el vestido que tenía el obispo. El no ha visto nunca caballos morados, pero se lo mandarán a hacer. Y a Raúl ¿quién le manda hacer caballos?

Pero, hombre de Dios, ¿quiere usted decirme á lo que es ese caballero? ¿Pues no le he visto soltar un tiro á una yegua que le había costado diez mil reales, porque se le encabritó cerca del puente nuevo? ¿Y no recordamos todos cuando andaba por esas calles vestido de dril blanco en el mes de Enero?

Las blusas de dril queríalas hasta la cintura, con numerosos pliegues. Los pantalones, viejos restos del vestuario de su padre acomodados por la señora Angustias, exigíalos altos de talle, con las piernas anchas y las caderas bien recogidas, llorando de humillación cuando la madre no quería ceñirse a estas exigencias.

Comía lo preciso para no morirse de hambre en alguna taberna de los barrios bajos, y dormía por cuatro cuartos entre mendigos y malhechores en un desván destinado a este fin. En cierta ocasión le robaron, mientras dormía, los pantalones, y le dejaron otros de dril remendados. Era en el mes de Noviembre.

En esto llegamos a la tienda de «La Legalidad». Andrés, abrió la puerta, me hizo pasar, encendió una lámpara, me dejó un rato, y volvió con un rollo de pesos. Toma, aquí tienes cuarenta grullos. Con esto basta para que te hagas dos trajes de charro, y para que te compres un sombrero jarano. La ropa.... Mira: de dril. El dril es fresco, y se lava. El sombrero... sencillito. No querias lujos.

Ojeda la siguió con la vista. Era alta, y su enfermiza delgadez estaba disimulada en parte por lo recio del esqueleto. Las caderas marcaban su ósea firmeza bajo una falta de dril claro.

No tardó mucho tiempo en ver desde el bosque donde se hallaba un prado extenso que le seguía. En medio de él una cuadrilla de segadores inclinados hacia la tierra movían sus brazos á compás. Cerca de ellos, en pie, estaba un joven vestido de dril azul y sombrero de paja. Era nuestro conocido Pedro, que vigilaba los trabajos de la gente y los dirigía. Podría tener unos veinticinco años de edad.

Unos llevaban pantalón blanco de dril, con casaquín de lana perla, cruzado el pecho de anchas correas blancas, con asta plateada. Otros iban de blanco y rojo, blanco el pantalón, la casaca roja.

Le ponen pantaloncitos cortos ceñidos a la rodilla, y blusa con cuello de marinero, de dril blanco como los pantalones, y medias de seda colorada, y zapatos bajos. Como lo quieren a él mucho, él quiere mucho a los demás.

Parecía que estábamos envueltos en una atmósfera de fuego. Ni los quitasoles, ni los sombreros de paja, ni los trajes de dril podrían librarnos de la ardiente saña de aquel sol que desde lo alto del cielo amenazaba secar los árboles, el cauce del río y hasta la vida de nuestros cerebros. Las señoras nos aguardaron un rato sentadas a la popa. Cuando llegamos, nos acomodamos como pudimos.