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Sobre el hombro la cabeza caída, y delirante. No muy inferior belleza épica tiene el canto del poeta ruso Lermontoff, donde se refiere la lucha, en presencia de Ivan el Terrible, del joven mercader que mata a puñadas al guardia favorito del Czar.

Mi sobrino el gran Sultan Mahamud me da licencia para viajar de quando en quando para restablecer mi salud; y he venido á pasar el carnaval á Venecia. Después de Acmet habló un mancebo que junto á el estaba, y dixo: Yo me llamo Ivan, he sido emperador de toda la Rusia, y destronado en la cuna. Mi padre y mi madre fuéron encarcelados, y á mi me criáron en una cárcel.

Acercóse Chandos al escudero, díjole éste algunas palabras al oído y el anciano canciller hizo un ademán de profunda sorpresa, á la vez que miraba con curiosidad é interés evidentes al inmóvil caballero que á distancia esperaba el resultado de aquellas negociaciones. ¿Será posible? exclamó. Es la pura verdad, señor, dijo el escudero. Lo juro por San Iván de Bretaña.

Y no hay que alucinarse: el terror es un medio de gobierno que produce mayores resultados que el patriotismo y la espontaneidad. La Rusia lo ejercita desde los tiempos de Iván, y ha conquistado todos los pueblos bárbaros; los bandidos de los bosques obedecen al jefe que tiene en su mano esta coyunda que domeña las cervices más altivas.

Volviéndose luego á Martin, le dixo: ¿Quién piensa vm. que es mas digno de compasion, el emperador Acmet, el emperador Ivan, el rey Carlos Eduardo, ó yo? No lo , dixo Martin, y menester fuera hallarme dentro del pecho de vms. para saberlo. Ha, dixo Candido, si estuviera aquí Panglós, el lo sabria, y nos lo diria.

Así sucedió, por ejemplo, con el célebre Enrique Heine, y así sucedía en el año a que nos referimos con el famoso novelista ruso Ivan Turgueneff.

Yo no poseo, respondió Martin, la balanza con que pesaba ese señor Panglós las miserias, y valuaba las cuitas humanas; pero presumo que hay en la tierra millones de hombres mas dignos de lástima que el rey Carlos Eduardo, el emperador Ivan, y el sultan Acmet. Bien puede ser, dixo Candido. A pocos dias llegáron al canal del mar Negro.

Habló entónces el quarto, y dixo: Yo soy rey de los Polacos; la suerte de la guerra me ha privado de mis estados hereditarios; los mismos contratiempos ha sufrido mi padre: me resigno á los decretos de la Providencia, como hacen el sultan Acmet, el emperador Ivan, y el rey Carlos Eduardo, que Dios guarde dilatados años; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.