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Los dos tenéis razón y los dos estáis equivocados; eso es lo que sostengo siempre. Yo opino como el señor Macey que hay dos opiniones, y si me pidieran la mía, yo diría que él y Winthrop los dos tienen razón. Tookey tiene razón y Winthrop también; no tienen más que cortar la pera en dos para estar de acuerdo.

Dirá alguno, que los Comentadores no piensan en estas cosas quando emprenden el comento; pero si me fuera lícito decirlo así, yo diría que el amor propio lo piensa por ellos.

Sólo te pido, ahogando mis lamentos, por la misma crueldad con que condenas un débil sér á bárbaros tormentos, que en arrojes dolor á manos llenas, porque nunca me falten pensamientos para cantar tus obras y mis penas. Hija, ¿qué te diria que fuera de mi amor vivo traslado?... Dos palabras no más; oye: ¡hija mía! ¿Es poco?... Al escribirlas he llorado.

Hasta se comprende que los hubiese matado en aquel momento, porque la pasión ciega el espíritu... ¡pero delatarlos!... ¡Dios mío, qué indignidad!... Cualquiera diría que mi amor no era más que un deseo vanidoso de ser preferido... Y, sin embargo, no es cierto; yo la adoraba... La adoro todavía en lo profundo de mi pecho.

¡No me he de preocupar! replica él . Si usted fuera uno de esos bárbaros de cabeza redonda como mi padre, por ejemplo, yo no le diría a usted nada; pero como no lo es, le recomiendo que tenga usted cuidado con sus hijos y con sus hijas: no les permita usted que se casen con individuos de cabeza redonda.

Viviría rodeada de magnificencia, de lujo, y algún día, en uno de esos momentos en que el amor atestigua, protesta, jura, siente la necesidad de dar, diría á un galán: «Os cojo la palabra. Empero no creáis halagarme con los presentes acostumbrados.

Por lo demás, ama y criada, guardando siempre cada cual su posición y grado en la jerarquía social, se identificaron por tal arte, que se diría que no había en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos propósitos. Todo era orden, método y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada comían poquísimo.

Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo.

Velázquez mintió; dijo que había recorrido antes otros dos, y que en ellos había bailado; pero aunque tenía por cierto que la vecina se lo diría, no tuvo valor para confesar que había estado antes en su casa, esperando que de aquella conferencia saldría algo que evitase tal humillación.

En torno del salón no había cundido el incendio porque eran los muros de sólida mampostería, revestida de mármoles, que sin arder se calcinaban; pero lo interior del salón parecía un infierno: medroso torbellino de humo y de llamas. Inevitable era pasar por allí. Tiburcio dio el ejemplo. Se diría que a su paso se apartaban las llamas y el humo como si le conociesen y respetasen.