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Capítulo II Liquidación «Isidorita Rufete, ¿conoces el equilibrio de sentimientos, el ritmo suave de un vivir templado, deslizándose entre las realidades comunes de la vida, las ocupaciones y los intereses? ¿Conoces este ritmo que es como el pulso del hombre sano? No; tu espíritu está siempre en estado de fiebre.

Si no me le dejan ver, dígale usted que estoy aquí, que está aquí su Isidorita, que viene a darle un beso, que mañana traeré a Mariano, mi hermanito... ¡Ah Dios mío!; pero él no entenderá, no entenderá nada. ¡Pobre hombre! ¿Y no hay esperanzas de que vuelva a la razón?». El Director hizo signos de cabeza y boca sumamente desconsoladores. Parecía empeñado en quitar toda esperanza.

¡Ay, Isidorita, Isidorita!, me parece que usted es una buena pieza, y el día menos pensado la voy a plantar a usted en la calle. ¡Laura! exclamó tímidamente D. José, ya acostado. Quita, quita. Fuera moscones. No nos faltara quien ayude a pagar el alquiler. No quiero líos en mi casa. ¿Líos...? ¡Quia!

»Hay otro desorden, Isidorita, que te hace muy desgraciada, y que te llevará lejos, muy lejos. Me refiero a las irregularidades de tu peculio. Unas veces tienes mucho, otras nada. Lo recibes sin saber de dónde viene; lo sueltas sin saber a dónde va.

»Mira, Isidorita; tu vida social está bastante desarreglada; pero tu vida moral lo está más aún. El principal de tus desórdenes es el amor desaforado que sientes por Joaquín Pez. Le amas con lealtad y constancia, prendada más bien de la gracia y nobleza de su facha que de lo que en él constituye y forma el ser moral. Bien dices que ya el amor no es ciego, sino tonto. Tienes razón: ya se le conoce el largo trato que ha tenido con los malos poetas. ¿Por qué no haces un esfuercito para desprenderte del cariño que tienes a Pez? Por ahí debe empezar tu reforma. le adoras y no le estimas.

Torquemada, echándose el de bondadoso, la hizo sentar á su lado y le puso la mano en el hombro, diciéndole: «Ya lo creo que nos arreglaremos.... Como que con usted se puede entender uno fácilmente; porque usted, Isidorita, no es como esas otras mujeronas que no tienen educación.