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Las fieras enardecidas volvieron a agolparse en la verja, mientras la ingenua fraulein les volvía la espalda y se arrodillaba en la alfombra para juguetear con el pequeñuelo, mostrando la blancura de sus medias repletas de carne firme, la curva pecadora de su falda abombada por ocultas esfericidades.

La fraulein, de un rubio pajizo, regordeta, blanca y apretada de carnes, sonreía con ingenuidad, manteniéndose a distancia de la reja, a través de cuyos hierros manoteaban las fieras. Pero no por esto se decidía a huir, prefiriendo a los paseos superiores, abiertos al aire y la luz, la permanencia en este pasillo medio obscuro, donde recibía el homenaje tembloroso y exacerbado del deseo viril.

Cuando tienen una duda, me buscan por todo el barco o consultan la sabiduría gramatical de fraulein Conchita, su compañera de mesa... ¡Gente tenaz, que no conoce el cansancio ni el ridículo! Sus triunfos obscuros van a ser más positivos que las victorias de los feldmariscales de su ejército.

Ojeda cesó de leer unos momentos, conmovido por sus propias palabras. Frases vulgares, de una frivolidad antigua como el mundo: todos los enamorados dicen lo mismo. Tal vez aquellos camareros de chaqueta azul escribían en su idioma los mismos conceptos a las fraulein rubias de Hamburgo y de Brema. Pero el amor es como la muerte y como todos los grandes accidentes de la existencia.

Además, unas niñas brasileñas se preparaban para tocar a cuatro manos una sinfonía; las artistas de opereta contribuirían con varias romanzas; uno de los norteamericanos pensaba disfrazarse de negro para rugir su música con acompañamiento de ruidosos zapateados; y hasta fraulein Conchita, cediendo a los ruegos de varias señoras entusiastas de las cosas de España, había accedido a ponerse de mantilla blanca, cantando con su hilillo de voz algunas canciones de la tierra.

Tal vez el oficial iba acompañado en sus paseos por la imagen de alguna fraulein rubia y sensible que contaba los días en un puerto anseático aguardando la vuelta del buque; tal vez los marineros contemplaban en el espejo de su rudimentaria imaginación a la compañera ventruda y mal calzada con su grupo de pequeñuelos carillenos y peliblancos.